La música, la extraña lengua y las miradas del joven enamoraron a Nuredduna. La sacerdotisa propone a los miembros de la tribu que no le maten, cosa que consigue. Por la noche, le libera y deja que regrese por el Mediterráneo a su país. Melesigeni deja olvidada su lira y Nuredduna paga con su vida la traición que ha cometido al liberar al prisionero. Es lapidada cruelmente y, en su agonía, se refugia en una cueva cercada, donde muere con la lira de su amado en las manos. Dice Costa i Llobera que en el momento de expirar, las piedras le dijeron: «Per un batec de l'ànsia amb què ton cor expira / daríem les centúries de calma que tenim». (Por un latido del ansia con que tu corazón expira / daríamos las centurias de calma que tenemos).
Nuredduna es una personificación del fuego sagrado de la estirpe, elemento común de la mayoría de las culturas primitivas del Mediterráneo, en tanto que la lira de Melesigeni representa el espíritu de la civilización griega, germen de la cultura occidental.
Nuredduna, como ha sucedido con otros personajes, ha calado tanto en el pueblo mallorquín que ha conseguido traspasar la línea que separa la realidad de la ficción, pues hay quien dice que en las noches de verano, cuando el cielo está claro y la luna brilla con más intensidad, puede verse por las cuevas de Artà la figura de una hermosa joven que porta una lira y que, entre canto y canto, otea el horizonte, a la espera sin duda de que, algún día, el mar le traiga de nuevo el amor que una vez vio partir, el amor por el que entregó su vida, el amor que la convirtió en leyenda.
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