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A principios del siglo pasado, la labor de la mayor parte de redactores gráficos intentando captar imágenes de las calles más céntricas de Palma representaba aún todo un acontecimiento. Posiblemente, todos hemos visto alguna vez fotografías antiguas del Passeig des Born, la Rambla o la Plaça d’Espanya en donde niños, jóvenes y adultos posaban de manera improvisada ante la cámara, con la alegría y el orgullo de quienes saben que, con un poco de suerte, muy posiblemente pasarán a la posteridad. Cuando contemplamos de nuevo hoy todas esas imágenes que han llegado hasta nosotros en un cálido blanco y negro, a menudo nos sentimos muy próximos a aquellas personas desconocidas y anónimas, preguntándonos cómo debieron de ser sus vidas y deseando que hubieran podido ser más dichosas y felices que quizás las nuestras. Al mismo tiempo, gracias a esas fotografías podemos percibir también hasta qué punto han cambiado o no algunos espacios del casco antiguo o del extrarradio. En ese sentido, el hecho de poder comparar instantáneas del pasado y del presente nos permite ver, como en una especie de encadenado, los cambios que ha habido en los edificios, las tiendas, los coches, los escaparates o las zonas verdes, así como también en nuestra forma de vivir, de vestir o de ir de fiesta. Mirar viejas fotografías supone, asimismo, un ejercicio de humildad, pues nos hace ser conscientes de que nosotros seremos también algún día como aquellas personas despreocupadas, hoy ya desaparecidas, que alguna vez posaron sonrientes e ilusionadas en las calles de nuestra querida ciudad.