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A bote pronto, uno piensa que el Barça debería ir a lo suyo, hacer las cosas bien para paliar la deuda y equilibrar las finanzas. Que nadie acabe preso como Rosell en el ‘caso Neymar’. Contemplando el pasado, siempre he pensado que todo lo que el Barça ganó hace décadas tuvo mucho más mérito porque nadó contracorriente. Pero no me refiero a la época de Guardiola ni a la de Cruyff como entrenadores sino a antaño, cuando se celebraba la conquista de una Copa del Rey como si fuera el no va más. ¿Cuántos años pasó el Barça en el purgatorio sin posibilidad de alcanzar el cielo? Décadas. Pero ese purgatorio era atractivo, había una posibilidad de sueño, de esperanza o de ilusión y fe ciega en el equipo. Ahora no existe ni eso: ni la posibilidad de un mísero sueño. El Barça actual debería huir de todo victimismo porque lo único que consigue con eso es denigrarse como club. Si hubiera hecho las cosas como toca, mínimamente bien y oportunidades tuvo, algún título importante más hubiera caído. Pero desastres como el de Anfield hace unas temporadas te devuelven a la cruda realidad: no estás en el purgatorio sino más abajo, en el infierno directamente. Tirar de cantera es loable pero si estas promesas no van acompañadas de algún jugador determinante, en eso se quedarán, promesas. En el tema financiero no entran inversiones ni palancas, años con problemas para inscribir jugadores. Ya no es que el Madrid esté en una dimensión hipergaláctica, es que se trata de supervivencia. Laporta se acoge al plan caridad, que los futuribles como Xavi Simons, pidan a sus respectivos clubes venir cedidos y rebajen sus pretensiones económicas. Ven a jugar por cuatro perras y encima no ganarás ningún título. Una propuesta atractiva, ¿verdad? Laporta se cargó a Xavi por decir públicamente que el club estaba en una etapa de transición pero él, como máximo mandatario, en realidad piensa del mismo modo.