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Estos tiempos modernos son extraños y hay que aceptarlo: tras dos horas de debate, ideas y propuestas interesantes la prensa sensacionalista aprovecha una incisiva intervención desde el público para consagrar la noticia más leída del día: Mallorca está podrida. Si somos lo que leemos y creemos hay poco que hacer. Yo me niego a suscribir esa afirmación a pesar de todos los retos y problemas que afrontaremos. Digo esto tras haber soportado un atasco monumental en la autopista de Inca motivado en unas obras en la calzada que, tal vez, se podían haber ejecutado en temporada baja. Y así suma y sigue. Todo lo que nos atormenta es fruto de una mala gestión y una peor administración de la carga tributaria que nos asfixia cada día más. No lo duden, los turistas son nuestra única fuente de riqueza y de ello se pagan una Universitat que es palanca de progreso o un IB-Salut con un nivel de excelencia increíble. Incumpliendo uno de mis propósitos veraniegos (no ir a la playa los domingos) cerré la semana pasada con un paseo maravilloso al atardecer por la playa de Alcúdia y Muro (ustedes saben como yo que hay un tramo que debería devolverse a sa Pobla). Lo cuento porque seguiré empecinado en buscar la belleza, tanta, en nuestras islas. No es un ejercicio de inconsciencia ni significa eludir o no comprender los enormes problemas que como indiqué sólo pueden resolverse desde una gestión realista y el consenso (prometo que este es el último capítulo de la trilogía). Obviamente también sin mentiras ni edulcoramientos interesados, algo que me sugiere la Fira de sa patata donde me sigo preguntando el porqué de tantos meses sin patata autóctona y cómo es posible que los pocos payeses que quedan produzcan sin saber cuál será su precio de venta y, por lo tanto, no poder realizar un adecuado cálculo empresarial. Es cierto que la agricultura es la más difícil de las labores y que el turismo, salvo cataclismos, está muy medido en todos sus extremos. Un turismo que también debemos mejorar en lo laboral, en la excelencia y en la calidad. Un camino que sin duda nadie ha abandonado e incluso ha monopolizado todos los esfuerzos. Seamos capaces de mantener ese liderazgo junto a la reactivación de sectores que en su día fueron pioneros. Para ello falta la ilusión y la dedicación que se ha perdido (también lo apuntaba recordando aquellas sagas familiares llenas de innovación más allende los mares). Pensar en la podredumbre es formar parte de ella. Por ello ya no leo las páginas de sucesos que demuestran la verdadera podredumbre de estas islas: la social y la humana. No volverá la isla de la calma, pero sí debemos esforzarnos en un vivir tranquilos y más seguros. Ello radica en los valores perdidos que se alejan un poco más cuando solo nos preocupamos de salarios, vivienda y masificación. Muchas soluciones están en esa esencia que no perdemos y nos dará para nuevos textos.