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Qué pasará cuando, al paso que vamos, nuestras ultraderechas europeas, sin modificar en nada sus posiciones extremas, acaben siendo el centro geométrico del mapa político, y alguien como Díaz Ayuso, por ejemplo, hasta parezca un poco de izquierdas por su habilidad para insultar en voz baja, ser una heroína del pueblo y esforzarse en argumentar sus agresivos desplantes? Porque es algo que se ve venir. Todo es relativo, sobre todo el universo. Por tanto, la geometría también es relativa, y el concepto de centro no digamos. Depende de cómo oscile y se desplace el conjunto, de modo que puedes ser un extremista irredento, y despertar al día siguiente siendo el puto centro del espectro ideológico. La referencia de la que todos equidistan. Igual ya está sucediendo, puesto que el PP es centro, Vox centroderecha, y el Gobierno extrema izquierda, por no hablar de caos a la izquierda de esa izquierda. Y en Europa esa nueva ubicación del centro es todavía más exagerada, hasta el punto de que empieza a ser conveniente, cuando en política se use esa terminología espacial, el centro por aquí, el centro por allá, preguntarnos el centro de qué. De qué circunferencia estamos hablando. Porque me acuerdo perfectamente de que durante    las largas décadas del franquismo, el centro era el propio Franco, y ocupaba casi todo el espacio político, social y moral, de manera que los teóricos extremos ni siquiera existían, no había nada más a la derecha o la izquierda de tal centro. Un centro gigantesco, efectivamente, pero perfectamente centrado desde el punto de vista relativista, que es el que hay. Si la ultraderecha inflada digitalmente pasa a ser el centro, dejando a su derecha algo de espacio para nazis, pirados y motosierras, la derecha dura (el PP) será la izquierda del sistema, y yo desapareceré engullido por el abismo del borde del mundo, como tantos otros desterrados. Si no queremos aumentar esta confusión conceptual, tendremos que revisar la terminología política. De qué centro me habla usted, habría que preguntar. Centro de qué. Porque la ubicación espacial, siempre relativa, ya no basta para situarnos. A ver si espabilan los sociólogos. El lenguaje se está quedando atrás.