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Tengo que reconocer mi creciente ineptitud para comprender los cada vez más enrevesados pactos políticos que se están llevando a cabo en el país tras cada nuevas elecciones. El año pasado, el presidente del Gobierno consiguió serlo después de pactar con un político exiliado -el prófugo, le llaman- algo que ni el más genial de los guionistas de cine fantástico habría sido capaz de imaginar. Yo diría que ni el mismo prófugo habría podido sospecharlo jamás (y eso que hace tiempo acuñó el término ‘pactismo mágico’). Y ahora, este vuelve a tener casi en sus manos la posibilidad de tumbar al candidato socialista a la Generalitat quien, por su parte, es el que ha ganado las elecciones catalanas. Me figuro que esto de los pactos postelectorales es lo que les flipa (magia de la buena), y es lo que hace que las elecciones carezcan de sentido. Es como si ellos se dijeran para sus adentros: vosotros votad, que después nosotros ya nos arreglaremos. Algo así como las abuelas de antaño que, tras dejar que los niños hicieran de las suyas, luego los metían en cintura. La diferencia está en que las abuelas no se entrometían en asuntos ajenos. Cómo vas a comparar. Como todo el mundo sabe, tras las elecciones catalanas se dibujan dos posibles escenarios, a cual más increíble. Que los socialistas pacten con los republicanos independentistas ya puede parecer descacharrante, pero lo de que incluso el prófugo pueda gobernar a cambio de mantener al presidente del Gobierno en el poder ya es de otro mundo. Yo es que me pierdo… Con lo fácil que resulta elegir al delegado de la clase o al presidente de la comunidad de vecinos: el más votado es el que gana. Y si no te gusta, te aguantas. Yo diría que, en realidad, estos pactos solo tienen contentos a los políticos que los realizan. Y si esto es democracia (muy mágica, desde luego), que baje Dios y lo vea.