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Llevamos una semana de verano y las playas afrontan su temporada de máxima ocupación. Tanto a los turistas, como a la gran mayoría de los residentes les gusta pasar parte de su tiempo libre disfrutando del sol y el mar.

Sin embargo, el incivismo imperante en los últimos tiempos está provocando que las playas dejen de ser lugares de descanso y relax. No puedo entender cómo hay personas que ponen música a todo volumen, sin tener en cuenta que el resto de asistentes a estas zonas pueden no compartir sus gustos musicales o, simplemente, quieren escuchar las olas del mar o dormir la siesta.

Hablar a gritos para que todo el mundo se entere de las conversaciones privadas, en algunos casos bastante confidenciales, tampoco me parece de recibo.

No se trata de convertir estos espacios públicos en un campo de retiro espiritual, pero sí sería oportuno poner en práctica ciertas normas de conducta y respecto para no molestar a los demás.
Mención aparte merece el capítulo de la limpieza. Cada vez es más habitual consumir todo tipo de comidas y bebidas en las playas, pero no todos los participantes en estas fiestas recogen la suciedad que generan: vasos y platos de plástico, botellas, bolsas, etc. Por no hablar de las colillas de los cigarrillos; soy muy fan de las playas libres de humo, aunque también hay quienes no las respetan.

Tampoco faltan los dueños incívicos que acuden con sus perros a las playas en las que no está permitido su acceso. Salvando las distancias, algo parecido sucede con los padres que no educan a sus hijos y permiten que molesten al resto de ciudadanos que pretenden disfrutar de la playa.

Muchas de estas cosas, que podemos solucionar nosotros mismos, se pasan por alto. Es más fácil hablar de la saturación turística porque aquí poco podemos hacer cada uno de nosotros para evitarlo.