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Nuestros payeses necesitan conocimientos de ingeniería, biología, meteorología y hasta de administración de empresas para hacer rentable su trabajo. Y aún así, este oficio está socialmente desconsiderado, incluso hay quien piensa que los agricultores deberían dedicarse a la jardinería para mantener la Isla limpia y bonita para los turistas. Eso es lo que desean muchos hoteleros, incapaces de adquirir productos de ‘kilómetro cero’. Pero no se crean, en la Unión Europea piensan tres cuartos de lo mismo. «¿Para qué querrán estos ricachones de las Balears producir tomates, naranjas, aceite, leche o corderitos si todo eso les llega bueno y barato desde Murcia, Andalucía o Marruecos?».

Imaginarán que nuestros payeses son unos tipos estrafalarios, o unos codiciosos que reclaman subvenciones y no saben qué hacer con todo el dinero que les entra por el turismo. Así de estigmatizadas están grandes y minúsculas explotaciones agrícolas de las Islas que se mantienen vivas por la ilusión y el esfuerzo de sus propietarios. Lo extraño es que de vez en cuando aparece algún conseller que sabe del tema y da una mano allí donde toca, que no siempre es dinero.

Es el caso de Joan Simonet, que ha suprimido de un plumazo la necesidad de pedir permisos municipales para quitar y resembrar árboles en producción o para reparar los marges que soportan los cultivos y delimitan los campos. Había ayuntamientos que teníen sa barra de cobrar tributos por esas actividades agrícolas porque hay «movimiento de tierras». Eso es codicia, al mismo nivel que el desprecio y la ignorancia.