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Cuando veo el telediario o cualquier programa de televisión en el que sale algún pueblo de España, siempre me quedo con la boca abierta al comprobar en qué estado se encuentran plazas, calles y parques. Da igual si se trata de la España vaciada o de zonas burbujeantes, siempre las aceras están impecables y limpias, flores en todas partes, árboles, farolas, bancos, fachadas… todo perfecto. Automáticamente y en plan mala persona pienso: ahí están mis impuestos. Porque en Palma en cuanto pones un pie en la calle no ves más que porquería, pis de perro, basuras fuera de los contenedores, pintadas y cables colgando en cada esquina… y lo que no ves son flores, bancos, fuentes o árboles. Entonces recuerdo con estupor que Balears es la segunda comunidad autónoma que más dinero aporta a la caja común y una de las que menos reciben y se me ponen los pelos de punta. Porque nosotros, aparte de soportar una población local cada vez más numerosa, tenemos que atender a millones de visitantes cada año, con lo que supone de desgaste de infraestructuras y cantidad de residuos que gestionar. Ahora se plantea, otra vez, la reforma del sistema de financiación autonómico y mientras Catalunya exige el mismo trato privilegiado de vascos y navarros, las comunidades pobres ponen el grito en el cielo porque temen perder pie. Y estamos en lo de siempre, que al final las zonas ricas sacrifican sus recursos en pos de unas áreas secularmente pobres que, en cambio, lucen mucho más espléndidas que nosotros. La cuadratura del círculo no será fácil, pero tampoco me parece lo más justo que quienes generan riqueza acaben castigados mientras los que se quedan atrás disfruten de las inversiones que a nosotros nos niegan.