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En algunos sectores no se ve mal que en el pasado la Policía Nacional espiara a la cúpula de Podemos. Total, no se trata más que de unos piojosos comunistas enemigos de España. Esa España que en sus pequeñas mentes han ido construyendo, o destruyendo, a su antojo para insuflarse de ánimo patrio. En este caso, no es delito y no ha lugar queja alguna porque estamos hablando del enemigo y a ese ni agua. Pero desde esos mismos sectores se criminaliza a la policía porque una bailarina de la obra Malinche denunció a Nacho Cano en enero. En la denuncia se desglosa una serie de irregularidades del productor, desde cobrar únicamente 300 euros al mes por una jornada de 11 horas de lunes a sábado, con que si no me equivoco, significan 66 horas laborales. Al productor no le sentó bien que se le tomara declaración y lo atribuyó a una maniobra orquestada por el Gobierno en confabulación con la Policía Nacional, ya que anteriormente se había ido contra Ayuso, su hermano y su novio. Sólo faltaba él, según sus palabras. De esta manera, Cano se atribuye un supuesto prestigio y clase social y política que solo ve él y que resulta grotesca. En todo caso, el productor musical demuestra no necesitar padrinos para considerarse un elemento imprescindible de la sociedad y cultura española al cual solo se le puede derrumbar con embustes y complots de altos vuelos. Imagino que su opinión sobre el espionaje a Podemos resultara vacuo de contenido o simplemente catalogado con un ‘ellos se lo buscaban’. Las portadas de los periódicos de esta semana son algo tronchantes. Comparten página Cano y su empleo irregular de extranjeros en su obra Malinche, la ruptura de Vox con el PP tras aceptar estos el reparto de los 400 menores migrantes y el fulgurante ascenso de Yamal en la Eurocopa. Un contraste que resulta de lo más irónico.