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Últimamente se habla mucho de guerras culturales, y hasta multiculturales, porque desde que las levantiscas ultraderechas, en su fulgurante expansión, coparon buena parte del espacio mediático, así como casi todo el digital, la cultura se puso de moda y de repente parece el único tema político de discusión. ¡Guerras culturales! ¡A estas alturas! Ignoro si hay mucha gente a la que le preocupe semejante asunto dejado de la mano de Dios y de los dirigentes políticos serios, que siempre están en otras guerras digamos económicas y publicitarias, pero por si acaso alguien se asusta ante tantas noticias sobre guerras culturales, o ignora de qué demonios le están hablando, permitan que ahora mismo lo explique. Y tranquilos, no pasa nada. La cultura siempre está en guerra, desde el neolítico, en todas partes, minuto a minuto, porque la cultura consiste en eso, en una eterna pelea contra sí misma, y una cultura que no critique la cultura, y arremeta fieramente contra ella para modificarla y superarla, no es cultura ni es nada. Lo que ocurre es que a veces se cuenta, son guerras declaradas, y otras veces no tanto. Normalmente ni se menciona esa gresca cultural (y multicultural), salvo que la monte la ultraderecha como sucede ahora, en cuyo caso la cruenta contienda, con partes de bajas y ciudades en ruinas, ya ocupa las primeras páginas, igual que los bóvidos de San Fermín saturan la televisión pública. Yo me crié, ya lo debo haber contado, en el contracultura de los años sesenta, los hippies, el amor libre, cómics underground, revolución sexual, manifestaciones contestatarias, etc. Eso sí que era una guerra cultural, con la intención de acabar de una vez por todas con la cultura, y naturalmente perdimos. Ahora esta guerra de Vox parece un asunto de tauromaquia, fiesta nacional, temas agropecuarios, la sagrada familia. Con durísimos combates contra la memoria, el género y la inmigración que destruye nuestra identidad y nuestras esencias. Es decir, las Leyes Fundamentales y los Principios de Movimiento Nacional. Quién me iba a decir que la contracultura acabaría siendo esto. Yo ya perdí mi guerra cultural, como Mambrú, hace más de medio siglo. Allá cada cual con la suya.