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Errar es humano, pero para liarla de verdad se necesitan muchas máquinas. Es una pena no tener un testimonio en directo de los informáticos de CrowdStrike que están en Texas al darse cuenta de lo que ocurría. Por verles las caras. Si las empresas de alta tecnología de Austin funcionan como cualquier otra, no es complicado imaginar el reparto de reacciones en el equipo encargado de la actualización que provocó el fallo. El único que ha hablado en público es el CEO de la compañía, George Kurtz, para pedir disculpas. Se trata de un señor que, según Forbes tiene un patrimonio de 3.400 millones de dólares, lo que convierte su ejercicio de rectificar en algo casi divino. Por lo tanto, se asume que no padecerá consecuencias realmente graves por el fallo. No será esa fortuna la que tenga que compensar a los pasajeros que se quedaron en tierra o sufrieron retrasos. Todo el incidente es una advertencia seria sobre el presente.

Un error a miles de kilómetros en una empresa que, salvo especialistas, nadie conocía hasta ayer, provoca consecuencias graves en todo el mundo. Hay causas conocidas, antes uno se compraba un ordenador y el aparato era suyo y se apañaba con él como podía. Ahora es imposible hacerlo sin concertar suscripciones y hacerse con servicios que actúan con nulo conocimiento por parte del usuario. Es imposible saber qué contiene cada actualización, qué implica cada permiso y qué hay exactamente en el disco duro de cada uno. Salvo los muy iniciados, tampoco conocemos los cuellos de botella que existen. Los puntos en los que un fallo puede arrastrarnos a todos. Esa ignorancia pasa de confiada a paranoica con el apagón el viernes. Es un recordatorio de que el azar ha ganado terreno a medida que todo se entrelaza, se automatiza y se hace más complejo y eficaz. Cómo lo van a pasar los escritores de ciencia ficción.