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Existe un proverbio muy inspirado que dice que las desgracias nunca vienen solas. Se aplica cuando aparecen varias contrariedades o disgustos a la vez o uno tras otro pero muy seguidos. Me imagino que entrar en una temporada así debe de ser como coger una ola haciendo surf y no conseguir salir de ella. El mar te arrastra y no te permite escapatoria ninguna. He puesto este ejemplo para referirme a esas temporadas horribles en las que parece que seamos zarandeados violentamente sin ver al enemigo. Seguro que todos hemos pasado por este mal trago que no es uno, sino un montón. Ahora mismo yo debo de estar dentro de una y no consigo salir de ninguna manera. La verdad es que no sé nada de surf, pero es que una ola también es una metáfora. Allá por Navidad me metí dentro de una y aún sigo en ella, y por mucho que me esfuerce o incluso grite, nadie puede hacer nada por mí. Las olas, como todo, son particulares. Singulares. Una misma ola no sirve para otro. Hay que tener en cuenta esto de la exclusividad. Porque aunque se te vea venir de lejos –dentro de la ola–, la ola es tuya y ya te las compondrás como buenamente puedas. Según los manuales, lo mejor en esta situación es coger aire y relajar el cuerpo. No hay que intentar luchar contra la corriente; es peor. Si acaso lo único que puedes hacer es mantenerte a flote pataleando y probar de nadar en paralelo a la orilla evitando terminar extenuado, hasta que puedas atravesar los límites de la corriente. La teoría está muy bien, por supuesto. Pero a la hora de ponerla en práctica tal vez te desesperes. Porque ¿qué hacer si consigues salir de una ola y, sin quererlo ni beberlo, ya estás entrando en otra? Ahora mismo es así como me encuentro yo. Primero se fue Andy, luego se marchó Biddy y ahora lo ha hecho Maikel. Increíble. Espantoso. Terrorífico. En serio, yo me he mirado el manual, y estoy pataleando, pero no hay manera.