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Estos días olímpicos nos han recordado que los deportes son quizá la actividad humana que más cantidad de chorradas genera, incluso al nivel de la política si es que aún son cosas distintas, y muy por encima de la filosofía y la publicidad. Sometidos así pues a un alud de chorradas deportivas en horario infantil, con permanente cobertura mediática y grandes despliegues informativos sobre, por ejemplo, piragüismo en aguas bravas, pingpong o skateboarding (un monopatín como el de Marty McFly en Regreso al futuro), se podría pensar que más vale una dieta de chorradas olímpicas, muy deportivas, que la habitual de chorradas antideportivas o chorradas en general. No sé, no sé. Porque en apenas unos días y sin prestar atención, ya he notado que lo uno no excluye lo otro, y el aumento olímpico de chorradas deportivas (¡con medallas!) no ha disminuido un ápice las antideportivas (políticas, comerciales o culturales), sino que ha duplicado la masa de contenidos en circulación, y también el de los contenedores. Esto ha multiplicado la densidad y viscosidad del flujo informativo, que pasa de una textura similar a la yema de huevo, a la espesa y viscosa de la crema de cacahuete que tanto gusta a los americanos. Los locutores deportivos, al menos los nuestros, son bastante más entusiastas y forofos que los portavoces y los comentaristas políticos más antideportivos, y su léxico inflamado (las guerreras, los hispanos, la familia, qué sé yo) dota a las chorradas deportivas de un estruendo rimbombante que rara vez alcanzan las antideportivas, o chorradas en general. Así que no sé yo. Puede que las semanas olímpicas, tomadas con mucha moderación, un ratito ahora un ratito después, y procurando que no haya competidores españoles en pantalla, cumplan su función original de tregua en la conflictividad antideportiva general, aunque claro, no en el número de chorradas en circulación, muy superior a la media habitual. El alivio es escaso, por lo que no sé si vale la pena actuar con deportividad para tan magro consuelo. Al menos, mientras se imponga la gran chorrada universal de que lo único importante es ganar. La deportividad es aquí un valor añadido, un adorno, un complemento.