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La vida no es un anuncio de Martini. Esta frase la pronunció uno de esos profesores que tuve en EGB y que me abrió los ojos para siempre. No sé si recordarán ese anuncio de los 80 donde una chica se pasea con una bandeja con una botella de Martini y la lleva a una reunión de trabajo. Yo, que no era de los listos, creía efectivamente que cuando te hacías mayor la vida era lo más parecido a los anuncios de la tele y ese profesor me quitó la ilusión de golpe. Tenía razón. Nunca ha venido nadie, ni chica ni chico, con una botella de Martini a ninguna reunión ni tampoco he visto a nadie por la calle de esa guisa. Lo más parecido han sido los botellones, pero no es lo mismo. Supongo que ahora esos anuncios deben parecer absolutamente infantiles a los ojos de las generaciones actuales donde todo es mucho más enigmático y difícil de entender. Por ejemplo, me declaro incapaz de comprender los spots de perfume. Antes cuando anunciaban el Gel Fa lo apoyaban con esa frase clásica del frescor salvaje de la selva o del caribe y más o menos te hacías una idea. Ahora sale un marinero con una camiseta que le va pequeña y no sé muy bien qué aroma me quieren trasladar. Yo he hecho la mili en la Marina y les aseguro que no tiene nada que ver ese anuncio con lo que viví. El único aroma que aspiraba era fueloil. Ahora, como soy una persona muy ocupada, no veo televisión convencional, quiero decir que voy a tal o cual plataforma y miro un documental o una serie sin anuncios, así pienso menos. Porque lo peor de la publicidad es que me haga pensar o que un deportista me diga qué coche tengo que conducir. Solo por eso ya no lo compraría. Ahora ese mismo profesor de EGB seguro que nos diría que la vida no es lo que nos tratan de vender los influencers. Tenía razón antes y la tendría también ahora.