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Los libros son compañía perfecta en cualquier época del año, pero el estío, con las ansiadas vacaciones, invita especialmente a la lectura. Sueño con tener tiempo libre para sumergirme en historias escritas que me hagan imaginar las vidas de interesantes personajes. Leer enseña a escribir, mejora el vocabulario y la expresión, favorece la concentración, alimenta la imaginación, ejercita el hemisferio izquierdo del cerebro y previene enfermedades neurodegenerativas, enriquece el pensamiento, incrementa la cultura y nos hace más críticos y libres.

Los índices de lectura de un país reflejan su grado de evolución. En España, el último informe oficial sitúa el número de lectores de libros en el 64 %; la interpretación negativa es que el 36 % de los españoles no lee nunca. Baleares se encuentra en la media. El dato esperanzador es que los niños y jóvenes lideran los índices.

Este artículo es al mismo tiempo una crítica literaria, pues me gustaría aconsejar, en este caso a lectores de prensa, algunos títulos magníficos. Me resultan muy próximos, porque en los últimos años buenos amigos se han convertido en escritores, todos ellos con editoriales destacadas. La mayoría son periodistas o ligados a la comunicación, una profesión que nos conecta a la magia de las letras. Su pluma me ha permitido descubrir su gran talento a través de novela o historia novelada contada con extraordinaria habilidad y prosa.

Me hallo inmersa en la lectura de La trama Schäfer, de Gabriel Mulet Panizza. Enganchada con su brillante léxico y su adictivo argumento de ficción que desvela la corrupción en el mundo de las obras de arte. Y sufro la paradoja, cuando un libro me gusta, de ansiar devorarlo deseando que no se acabe nunca. Lo mismo me pasó con El oro de Mussolini, de mi colega de profesión y de batallas Manuel Aguilera, donde relata con maestría y humor los resultados de una investigación de 15 años y que pudo cambiar la historia de España: la posible venta de Baleares por parte de la República al fascismo italiano. Y con La estrella de Ébano, de Francisco Toledo, que renueva la confianza en el humano tras una tragedia migratoria en el Mediterráneo. Y con Flores para Ariana, de Antonio Pampliega, primera y sublime novela tras su catarsis En la oscuridad, narración autobiográfica de su secuestro por Al Qaeda en Siria, sin duda menos cruel que la realidad. Su relato protagonizado por una chica afgana eriza la piel. En algún pasaje sentí náuseas. Si un libro puede conmover tanto, si puede provocar reacciones incluso fisiológicas, es que es de una calidad innegable. Tengo en la recámara El quinto nombre, su última novela histórica que desentraña los misterios de un asesinato en la Guerra Civil que enlaza con su propio pasado familiar y cuya verdad ha incomodado a descendientes. Me muero de ganas de leerla, como el fantástico El Puente de Borgo, de los hermanos Arturo y Luis Cadenas, y la ensalzada obra Los Manuscritos del Mar Muerto, de Jaime Vázquez, tan excepcional que bien merecería el Premio Nacional de Ensayo.