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Mi amigo Óscar Fornés nació en Venezuela de padres mallorquines, pero la familia regresó a la Isla cuando él tenía 8 años, en 1968. Óscar cuenta que vio por primera vez lo bonita que era Palma mientras su barco se aproximaba al puerto, pero poco después se desencantó. Llegó a pensar que era un pueblo pequeño y aburrido. Óscar había visto las autopistas, los coches americanos y los grandes edificios de Caracas, y aquí no había nada de eso. Aquel mismo año de 1968, el promotor urbanístico Pedro Nadal Salas fundaba Palmanyola. Había hecho las Américas y tenía en la cabeza grandes ideas y un montón de proyectos. Conducía enormes Buick y Cadillac, fumaba habanos, intimaba con los periodistas y entendía muchísimo de márketing. Planificó personalmente la parcelación, los amplios viales y las infraestructuras de Palmanyola. También promovió la urbanización de El Toro, donde creó una marina, el actual Port Adriano. Él decía que lo había aprendido todo en Venezuela, que por entonces nos debía llevar dos generaciones de ventaja en riqueza y modernidad. Pero el país se hundió y se convirtió en una empobrecida república bolivariana. Bartolomé Sancho Morey, que es un revolucionario de los tiempos de Fidel, me dirá que estoy equivocado, que en Venezuela se vive bien y en democracia. Pero yo lo dudo, porque escucho la demagogia chabacana del presidente Maduro. Lo que no alcanzo a comprender es cómo la clase dirigente del país consintió llegar a tal punto de degradación, o por qué la oposición se presenta a unas elecciones sin garantías. Algo no cuadra, en la bella Venezuela.