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Pues claro que el presidente del Gobierno, tanto como el que más, necesita unas vacaciones y tiene derecho a ellas, sobre todo cuando el desgaste ha sido tal en el plano político y también en el personal. Lo que no puede ser, al menos en una democracia normalizada, es que, cuando ocurren acontecimientos como la investidura de Salvador Illa y las circunstancias anejas –fuga de Puigdemont–, el jefe del Ejecutivo también se dé a la fuga y quienes preguntamos no consigamos otra respuesta que la de que Pedro Sánchez está descansando en paradero no conocido. Leo que solao el Rey conoce el destino vacacional del presidente del Gobierno y que este destino no es ni Doñana ni Tenerife, sino algún lugar en el extranjero. Pregunto a mi asistente de inteligencia artificial, por si se me ha escapado alguna otra referencia, y me remite a la escapada de Sánchez y familia a Marrakech; pero eso fue el año pasado, le digo a mi Copilot, que, como siempre hace, me pide perdón educadamente por el desliz y no me añade nada nuevo porque nada nuevo sabe. Lejos de mi ánimo comparar unas cosas con otras, pero resulta demasiado tentador para un periodista no poner en planos paralelos la rocambolesca fuga de Puigdemont y la desaparición de escena de un Sánchez cuyo último encuentro con los periodistas fue aquella rueda de prensa con cinco preguntas –de las que dicen que el presidente no quedó precisamente contento y se entiende– el último día de julio. Después, desaparición del Gobierno hasta este sábado, cuando cinco ministros acudieron a la toma de posesión de Illa, en medio de reclamaciones de la oposición para que Sánchez «comparezca con urgencia». Creo que la investidura de Illa tiene bastante de victoria de Sánchez, que se ha enfrentado a las consecuencias que un Puigdemont enrabietado pueda desatar en los famosos siete escaños de Junts en el Congreso que permiten la mayoría del Gobierno central. Por eso, me resulta extraño que no haya acudido a sacar pecho en la investidura de Illa.