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La ciencia de la eudemonología no tiene nada que ver con los demonios ni con nada malo. Todo lo contrario, eudemonología, en griego, es el estudio de la felicidad. Así la denominó el filósofo Arthur Schopenhauer a mediados del siglo XIX en su libro inacabado El arte de ser feliz. Acabo de terminar la segunda lectura de esta obra del filósofo alemán. La primera vez que la leí, hace más de dos décadas, me fascinó el estilo desenfadado de provocar una visión positiva de la realidad. Por aquel entonces, me parecía encomiable que el filósofo del pesimismo pudiera decir algo en favor de la felicidad y del bienestar personal.

Ahora, pasados los años, veo innegable la actualidad de la obra y la oportunidad de su catálogo de consejos y máximas tarifarias. Las cincuenta reglas que propone Schopenhauer para alcanzar la felicidad constituyen una recopilación de tratados breves escritos por el autor para uso personal como sucedió con su reconocida obra El arte de tener razón, cuya tesis fue replicada por el filósofo español Agustín Domingo Moratalla en su obra El arte de poder no tener razón.

Pudiera parecer que nuestra sociedad ha entrado en la dinámica de un pesimismo que considera inalcanzable la felicidad personal y colectiva. Sospecho que los políticos actuales tienen algo que ver en ello. Sin embargo, para sorpresa personal, como sorprendió el pesimista pensador en su momento, la utopía de la felicidad se puede volver topía y hacerse real siguiendo los criterios del conocimiento práctico de la vida. A pesar de todos los pesares, no todo está perdido.

El eufemismo de la felicidad trasladado a la política puede ser la razón definitiva para buscar nuevos líderes sociales que animen el ingenio y estimulen la creatividad para alcanzar una felicidad relativa en un primer momento y plena al final.