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Sthendal, en uno de sus relatos, destierra a uno de sus personajes a la Balear Mayor (Blanco White o Larra también hicieron referencia en sus escritos a nuestra Isla como lugar de confinamiento). También en el siglo XIX los pueblos mallorquines parecen vivir en la nube, en mundo aparte: «Únicamente los jovencitos imitan la moda de la ciudad y se hacen la raya en el pelo», escribió un observador. A mediados de aquella centuria, la ínsula tenía unos 200.000 habitantes. La obras públicas se iban trazando. En 1881 estaba recién construida la carretera que unía Deià con Sóller; se terminan las obras de la línea de ferrocarril entre Alaró y Consell y los vapores que unían a Palma con Barcelona funcionaban a toda máquina (cinco pesetas valía el billete en tercera clase; iban siempre llenos de cerdos exportables, lo que molestó mucho a George Sand). Es en aquellos agradables años cuando las familias palmesanas comienzan a ir a veranear a El Terreno. A finales del XIX comienzan a crecer zonas hoy esenciales de la ciudad: Corb Marí, Portopí, La Bonanova, etc. Algunos adinerados elegían como zona de veraneo el fresco y delicioso pueblo de Valldemossa, como Uetam (Mateu) representante del bello canto que alquila una celda de la desamortizada Real Cartuja. La isla, y España entera, en el siglo XIX, estaba muy mal comunicada.

Hacia 1882 se constituye la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de las Baleares con capital inicial de 44.600 pts. y en 1897 ya circulaban los primeros coches, alcanzaban los 20 km/h. De hecho, el primer auto matriculado en España perteneció a un mallorquín. Tres mil vehículos se dieron de alta entre 1900 y 1930. En 1920, tras varias tentativas, se establece en Palma una industria dedicada a la fabricación de automóviles o modelos de la marca Loryc. Casi con toda seguridad, hacia 1840 se hizo la primera fotografía en la isla. Virenque o Riba echaron sus fogonazos hacia 1870. Sin abandonar lo artístico, a lo largo del XIX se originará otro fenómeno de trascendencia. Se podría decir que la literatura mallorquina alcanza la mayoría de edad. La burguesía gusta de las revistas literarias. Sale a la luz La Palma (1840), proyecto de juventud de ese gran polígrafo que fue el menorquín Quadrado, posterior autor, con Parcerisa, de los Recuerdos y bellezas de España. Otras revistas seguirán a La Palma: El Estudiantón (1883) o El Propagador Balear (1886); entre tanto se prepara el caldo de cultivo de uno de los movimiento esenciales de la reciente historia de los mallorquines: la Renaixença; es decir, el renacimiento de la cultura mallorquina y de las costumbres vernáculas. Conocer nuestra historia equivale a saber cuántas cosas cabales se hacían antes y como el sentido común lo vamos perdiendo en plan salvaje. Hubo épocas en Mallorca mucho más duras, pero también más cabales. No hemos sabido guardar, proteger y defender lo mejor de nuestra tradición, y ese es el panorama que tenemos ahora, todo anegado en el caldo de una sociedad irreconocible. Ya no sabemos ni quiénes somos, aunque sabemos perfectamente adónde nos quieren llevar.