TW
0

Cuando paseo cada atardecer por Palma, muy a menudo tengo la sensación de que hay turistas y viajeros que miran con más admiración y amor nuestra propia ciudad de lo que, normalmente, solemos hacerlo nosotros mismos. Quizás sea porque su mirada no está aún contaminada por la rutina y la cotidianidad, lo que la hace ser más pura y limpia, más perspicaz y abierta. «Para descubrir una ciudad, para verla verdaderamente, hay que estar de paso en ella», escribió en cierta ocasión el gran poeta y ensayista José Luis García Martín. En su opinión, lo mejor de una ciudad no es nunca lo que vemos, sino lo que imaginamos detrás de una iglesia, al doblar una esquina o en un barrio más allá del centro histórico. Es un juicio que comparto plenamente, por lo que un buen ejercicio personal en este mes de agosto podría ser intentar contemplar Ciutat con otros ojos, como si en realidad fuéramos unos turistas recién llegados de otras tierras para pasar aquí unos días de descanso. Para cumplir nuestro objetivo, solo necesitaríamos portar calzado cómodo y ropa holgada, y confiar en que no llegue una cuarta ola de calor. Tal vez así podríamos recuperar esa admiración y ese amor por Palma que un día sentimos y que, a lo mejor, hemos ido dejando escapar poco a poco en las últimas décadas. De vez en cuando, yo creo que es bueno imaginarse que uno no es palmesano, aunque solo sea porque, como escribió también García Martín, «todos tenemos una patria, la verdadera, que no se encuentra en ninguna parte, pero que a ratos creemos entrever en lugares en los que solo estamos de paso».