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Las Olimpiadas parisinas serán recordadas por varios motivos. El más memorable, con diferencia, es el del atleta del salto de pértiga que derribó la barra con el miembro viril. Que es algo que el resto de varones no solemos hacer a menudo. También por el tirador turco que ganó la plata disparando en tiro olímpico con una mano metida en el bolsillo, cual picador de la discoteca Mar Salada en los años noventa. Y, sobre todo, porque los franceses, que siempre han sido un poco raritos, insistieron en usar el río Sena a modo de piscina. Lo que nos lleva a un escenario hipotético: ¿Qué pasaría si Palma albergara unos Juegos Olímpicos? Ríos todavía no tenemos, así que solo nos queda la esperanza de que algún avispado político propusiera el Torrent de sa Riera para las pruebas de natación. «Es una piscina espléndida. Y muy limpita. Los palmesanos siempre nos refrescamos allí», explicará al Comité Olímpico Internacional, mientras le crece la nariz. El problema comenzará cuando los nadadores se sumerjan en el tramo del cauce junto al canódromo. «Qué boyas más originales. Son peludas», exclamará el árbitro, señalando a una rata gigantesca flotando boca abajo. Bajo el puente de Miquel dels Sants Oliver la cosa se puede complicar si algún nadador aparece cubierto de jeringuillas de yonkis, cual puercoespín: «Es lo último en acupuntura», abreviará el regidor d’Esports, inquieto. Pero la traca final llegará en la línea de meta, en sa Feixina. Joan, el ganador, empezó la prueba con un aspecto estilizado y angelical, casi femenino. Como el rubio de Los Pecos. Y emergerá de las aguas mutado en Torrebruno.