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Hay días, especialmente en temporada alta (otra consecuencia de la masificación), que conseguir plaza en un autobús público en Baleares es una utopía. La situación es desbordante: retrasos y sobreocupación, con el consiguiente impacto en la rutina diaria de los residentes. La demanda supera ampliamente la capacidad de un servicio deficiente. Tanto el TIB como, sobre todo, la EMT de Palma, requieren una revisión urgente con refuerzos en las líneas saturadas en las que vecinos y turistas compiten sin sentido por un hueco en el transporte público. Y en el que el residente debería tener prioridad.

La noticia de la gratuidad fue un regalo. Y un acierto si de verdad se quieren reducir atascos, contaminación y accidentes. Soy muy fan del transporte público gratuito, especialmente para los jóvenes y personas mayores. Baleares tiene un territorio limitado y saturado de vehículos; Palma es la tercera ciudad con peor tráfico de España, en la que los conductores pierden 28 horas al año al volante por culpa de los atascos. Imposible cuantificar los efectos en la salud mental por una necesidad diaria que desquicia ante el malgasto de tiempo y paciencia.

La gratuidad incentiva, sin duda. Es una medida buena y muy universal, como demuestra el incremento de usuarios. El transporte público da respuesta al derecho a la movilidad de las personas y facilita la conciliación familiar con adolescentes que no tienen edad para conducir coche y para los que la alternativa de una moto es sinónimo de riesgo. Su incorporación al parque móvil, además, supone un esfuerzo económico para las familias y más vehículos para unas islas sin infraestructuras para asumir más volumen.

Pero de nada sirve si no hay frecuencias y plazas suficientes. El mal funcionamiento no es aislado: los autobuses son insuficientes para dar cobertura a todos los pasajeros, hay pocas frecuencias entre algunos puntos, los retrasos son habituales, los lectores de tarjetas dan problemas y usuarios y conductores estallan mutuamente por su ansiedad y nerviosismo.

Es muy frustrante ver pasar autobuses llenos que no paran y dejan al pasajero con cara de panoli, mientras reza para que venga otro pronto. Pero no, el siguiente no cumple el horario y pasa lleno también. Esta es la situación, por ejemplo, del trayecto al aeropuerto. Y al cabo de tres cuartos de hora para uno petado; oyes cómo le preguntan al conductor qué está pasando con las frecuencias, contesta que a él le da igual si alguien pierde el avión porque no tiene prisa y su turno acaba a las 22 horas. Otros son empáticos. Deben estar quemados, pero no deberían pagarlo con el pasajero gracias al cual tienen trabajo y salario. Ni el usuario con ellos. En Facebook hay un grupo denominado ‘Autobuses EMT Palma tarde, mal y nunca’ que los gestores deberían leer cada día.