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Ver a diario cómo llegan centenares de inmigrantes en cayucos y escuchar las lamentaciones de las comunidades a la hora de acoger la cuota de menores correspondiente ha colocado la inmigración en los primeros lugares entre las preocupaciones de los españoles. El discurso de Vox alertando de los problemas de seguridad que provoca lo que ellos llaman «invasión» no ayuda, como las constantes noticias de agresiones, atentados, peleas o violaciones protagonizados por personas procedentes de Oriente Medio, el Magreb, América Latina o el África subsahariana.

Ha ocurrido siempre, mientras la llegada de extranjeros a un territorio se mantiene por debajo del diez por ciento la respuesta generalizada es la acogida, cuando se sobrepasa esa proporción surgen los recelos primero y la alarma después. Los asesores de Pedro Sánchez lo saben y habrán alertado al presidente de que la actitud buenista, ingenua, de asegurar que necesitamos a esos inmigrantes y que todos ellos son almas de cántaro le costará caro. Hace solo unos días Francia sufrió un atentado y Alemania otro, mientras el Reino Unido se ha visto envuelto en llamas.

Toda Europa –y Estados Unidos, Canadá, Australia– mantienen una enconada lucha interna para hacer frente al fenómeno migratorio, que Italia ha cercenado con polémicas medidas. No es algo puramente nuestro, sino global. Y en eso hasta el PP se ha escorado hacia la postura de Vox porque sabe que se juega los votos. España es racista, la sensación de inseguridad crece y la mayoría piensa que si para los españoles no hay demasiadas oportunidades, tampoco las habrá para los de fuera. Falta mucho para las elecciones, pero sin duda el tema migratorio se escorará hacia la derecha más extrema.