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Érase una vez un cazador cazado cuando obsequiaba, a la vista de todos, con veinte euros a un funcionario del Consell de Mallorca tras un mostrador agazapado. El hábil y rudo cazador, a la antigua usanza, quería así agradecer, humilde y simbólicamente, la destreza y gentil predisposición al funcionario, el haber conseguido desatascar un nimio trámite administrativo para poder renovar la licencia que le permitiría, un año más, ir por ahí pegando tiros.

Cazador y servidor público, fueron cazados, nunca mejor dicho, por el resto de la manada del cuerpo funcionarial al que tiempo le faltó para chivarse a los jefes del departamento. Menudo soborno, debieron pensar, a pesar de que el tirador lo hizo a posteriori como agradecimiento, no como trámite previo necesario y suficiente. Con lo que se ha hecho en esta comunidad, veinte euritos dan para un buen chiste, pero los hechos son los que son.

Tanto es así que el tema acabó ante un juez. Válgame Dios. Tras dos años imputado, el funcionario ha sido absuelto del cohecho del que se le acusó, aunque dice el juez que merece una reprimenda. El gesto es feo y de otro tiempo. Pues que tomen nota los profes de la pública que a final de cada curso aceptan, con una sonrisa, los regalos que las mamás del cole han comprado tras la recolecta en el grupo de WhatsApp. Ese dónde siempre se dice «que se mejore».