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Cuando por fin se habla de los perjuicios de la producción intensiva y cuando deberían potenciarse fórmulas sostenibles y la vuelta a formas tradicionales, una empresa se plantea la instalación de una macrogranja avícola en Sineu. El proyecto ha generado el absoluto rechazo de todos los ámbitos: vecinos, respaldados coherentemente por los alcaldes del Pla de Mallorca, algunos partidos políticos, organizaciones medioambientales y ecologistas, pequeños productores… y supongo que cualquier persona con sentido común. En el fondo, el lugar es lo de menos, es decir, que cualquier ubicación va a ser mala para una explotación que no debería encajar en un sistema civilizado, no sinónimo de capitalista: no es aceptable una instalación que genera una contaminación brutal y que no cumple con las mínimas condiciones de bienestar animal. Porque el que descarte el argumento del sufrimiento de las gallinas merece poco respeto.

Es absolutamente desaconsejable un negocio que destruye aún más los recursos limitados de una isla con importantes problemas de aprovisionamiento agravados por la masificación. Amenazados por la sequía y enfrentados ya a restricciones, es ilógico el consumo de toneladas de agua en una infraestructura como esta y suicida contaminar los acuíferos disponibles, algo de lo que alertan los expertos. Si a ello sumamos los olores, ruidos, superficie ocupada y sacrificio de las aves, no le veo la ventaja a una sobreproducción de este tipo. Menos mal que los informes técnicos son, por el momento, desfavorables.

Se habla de la obtención de carne y huevos para el autoabastecimiento insular y la necesidad de alternativas a la importación, que, ciertamente, encarece los alimentos por la exigencia del transporte. Pero ha quedado claro que el sector primario debe aproximarse a la producción extensiva, más sostenible, solidaria y sana, que hace uso de recursos naturales. En las Islas no disponemos de grandes extensiones, pero sería una forma de preservar el entorno de la construcción y ocupación desmesurada. Respetar y conservar el rústico, sin amnistías que legalizan inmuebles ilegales. Hay que ir hacia la agricultura y ganaderías ecológicas reales, no basadas en un márketing tantas veces fake. Habrá una parte de la población a la que el maltrato animal le dará igual porque es insensible. Pero hay otra parte de los consumidores para los que es importante que al menos el animal al que se arranca la vida para convertirse en alimento haya tenido una existencia digna. Y las macrogranjas, que quitan mercado al pequeño agricultor y ganadero, son contrarias a la ética más elemental. Si se nos llena la boca con el concepto de sostenibilidad, seamos coherentes.