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Los que leemos periódicos estamos aburridos de ver un día sí y otro también como la policía detiene a este o a aquel, desmantela una banda criminal o captura a un delincuente largamente buscado. En el 99 % de los casos pasan por el juzgado, firman y vuelven a las andadas. Tanto que hay chorizos que llevan decenas de arrestos en su historial y otros… hasta centenares. Suelo pensar que para eso no haría falta pagar ningún cuerpo policial porque trabajan nada más que para rellenar un interminable fichero de gentuza a la que nadie pone un dedo encima. No es realista pensar que cualquier mindundi que roba un bolso vaya a penar años de cárcel, pero entonces, ¿cuál es la solución? En tiempos se les expulsaba del territorio, aquello que llamaban destierro, lo que no sirve más que para echarle el marrón a otro. Ahora, el alcalde de Palma, Jaime Martínez, por fin decide poner el foco en la degradación que sufre desde hace años el entorno del parque de ses Estacions. Los vecinos están hartos y atemorizados por la proliferación de quinquis con sus amenazas, peleas, agresiones, robos y hasta violaciones. Dice que va a abrir allí una comisaría y que cien agentes de la Policía Local serán asignados a ella. Lo primero que se viene a la mente al oír algo así es hasta qué punto una comisaría ejerce el deseado efecto de disuasión, lo segundo es cuántos de esos polis andarán por la calle para reforzar ese efecto y lo último: ¿a dónde irán los quinquis? Porque está claro que por mucha identificación, vigilancia y detención que se lleven a cabo en un par de horas regresan a las calles. Si la plaza de España deja de ser atractiva para ellos, colonizarán otro entorno. Porque no saben ni quieren hacer otra cosa.