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Si miramos a nuestro alrededor, desde el más cercano hasta el más lejano, siempre que no nos salgamos de la zona del primer mundo, vemos obligatoriamente que la sociedad actual está obsesionada con el turismo. Es como si, por arte de magia, estuviésemos obligados a hacer turismo, y que no hacerlo sería perderse algo irrecuperable. Si esto lo miramos desde Mallorca, que es un paraje que lleva más de cien años recibiendo turismo, constatamos que el turismo de sus inicios con el actual, no solamente son diferentes, sino incluso opuestos. Los turistas de hace un siglo eran personas que buscaban un lugar diferente para poder descubrir o desarrollar sus aspiraciones vocacionales. En cambio, los actuales parecen obsesionados en llegar y que al haber pisado la tierra de destino, regresar a su punto de origen por ya haber cumplido el objetivo primero. La diferencia se debe a una problemática psicológica. No hay ninguna disciplina más hermanada a la economía que la psicología. Y esto es lógico, porque la economía se mueve según el comportamiento psicológico de los consumidores. Y las personas que hoy hacen turismo, lo hacen, además de para encontrar parajes convenientes, para quemar un dinero con el cual no saben qué hacer. Y no saben qué hacer porque en la mentalidad del ciudadano actual el futuro no existe. No existe, porque a nivel social se ha entrado en una situación tal que se nos hace imposible percibir nada que vaya más allá del ahora mismo. Hemos acortado el futuro hasta el punto de hacerlo desaparecer. Por eso, actualmente el arte está sufriendo la crisis tremenda que padece, ya que el arte es un intento de hacer sentir una realidad permanente. Pero actualmente resulta muy difícil prever más allá del ahora. Incluso el hoy es tan impredecible que al levantarnos lo primero que viene a nuestra mente es preguntarnos qué nos sucederá hoy. Vivimos entre un pasado desaparecido y un futuro impredecible. Esto hace que el ahora solo pueda soportarse con un cambio continuado de perspectiva. Pero un cambio permanente de perspectiva es insufrible, haciendo que nuestras mentes vivan en una locura. Y para apaciguar o, como mínimo, disminuir ese sin vivir, conviene tener la caja lo menos repleta posible, porque esa caja, al habernos educado como consumidores, nos proporciona una frustración insoportable. Por eso, hoy, en gran parte, ya no se viaja para conocer y aprender, sino para liberarnos de un tiempo y de un capital que somos incapaces de consumir adecuadamente.

Las personas que utilizan sus capacidades cognoscitivas acertadamente no pueden sentir satisfacción con el turismo actual porque ese turismo no enriquece el saber del que lo realiza, simplemente, como mucho, aumenta sus referencias. Por eso, los beneficiarios de ese turismo, en muchos casos, han llegado a decir que lo que más disfrutan del viajar es ver, tranquilamente de vuelta en su casa, las fotografías o las filmaciones que allá realizaron. La esencia de esas fotografías o filmaciones se ha perdido totalmente porque nunca la asimilaron, por lo cual nunca la fotografiaron o filmaron, nunca existieron. Parece que se practica turismo para llenar un vacío que por su resultado parece imposible. Es decir, es más acordado a un viaje de un contable que de un observador. Por esa razón, la mayoría de los turistas ven todos lo mismo. Porque lo que interesa no es desentrañar para enriquecerse, sino ver para contabilizarlo. Y esta forma de turismo no solamente es empobrecedora para el que lo realiza, sino también para los que lo sufren; porque sienten que su riqueza patrimonial o ambiental no es adecuadamente aprovechada.