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Ahora, cuando celebramos la Diada de Mallorca y el 700 aniversario de la muerte del rey Sanxo, podríamos reivindicar a su olvidado sobrino-nieto el infant Jaume, cuya vida fue digna de Juego de Tronos. En 1349, con 12 años, presenció cómo su padre Jaume III era descabalgado y decapitado en la batalla de Llucmajor. Su tío, Pere el Cerimoniós, le arrebató entonces el Regne de Mallorques y lo enjauló en un castillo de Barcelona, pero ni aún así consiguió que renunciara a sus derechos dinásticos. Jaume se escapó después de 13 años de encierro, hizo un buen matrimonio en Nápoles, selló alianzas, reclutó y se enroló en ejércitos que invadieron tierras catalanas, fue capturado de nuevo y liberado a cambio de un rescate. Debió ser un hombre extraordinario, capaz de todo para recuperar su reino, pero murió a los 38 años de forma misteriosa en un convento de Soria, y una sombra cubrió su memoria. Como vivió en el exilio, Palma le recuerda también en el exilio, en una calle de 13 numeraciones pasada la vía de cintura, junto a su tío Ferran, su madre Sanxa y su hermana Elisabet, que también reivindicó el trono. Lo curioso es que Gilabert de Centelles, que iba al mando de las tropas aragonesas que liquidaron a su padre, es recordado en una calle paralela a las Avenidas. Y en sentido inverso también lo son Berenguer de Tornamira, los hermanos Aragonès, Joan de Cremona o Bernat de Boadella, ajusticiados por ser fieles al infant Jaume. Todos tienen su nombre escrito en el centro de Palma al igual que Jaume III, el rey imprudente. Así de difícil fue la vida de este hombre, y así de descuidada sigue su memoria.