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Dice Hegel que la historia se repite dos veces. Marx añade que una como tragedia y otra como farsa. Charles Darwin sostiene todo lo contrario. Quédense ustedes con lo que más les guste. Les daré mi opinión, si les interesa.

El título del artículo permite al lector adivinar por dónde voy. Hablar del inmediato futuro político de España y discutir acerca de si la historia se repite, no deja lugar a dudas sobre la cuestión. ¿Vivirá España los mismos acontecimientos de hace un siglo aproximadamente? Es decir, ¿nos enfrentamos a un cambio de régimen, a un exilio del Rey, a un nuevo advenimiento de una república, a la inestabilidad política, a la inseguridad jurídica, a una nueva guerra civil? Gruesas cuestiones.

Para empezar, aportando un poco de tranquilidad al lector, he de decir que el contexto internacional es muy distinto. No venimos de una gran guerra mundial acabada con un mal Tratado de Versalles (1919) que propició el auge de movimientos nacionalistas en Alemania y que acabarían aupando a Hitler y al partido nazi al poder en 1933. Tampoco puede compararse la situación con una Italia convulsa e inmersa en una lucha de clases que desembocó en el asalto al poder por Mussolini en 1922 con la bendición del Rey Víctor Manuel III. No estamos al inicio de un siglo XX donde los avances técnicos y sociales cambiaron completamente el mundo. No estamos en plena revolución bolchevique, ni tan siquiera en sus momentos posteriores donde se veía el comunismo como una gran solución. El mundo de hoy es diferente. En España las cosas tampoco son iguales. No venimos de una guerra colonial inacabable en África que provocó numerosos disturbios con una tremenda agitación social y, finalmente, una dictadura como la del General Primo de Rivera. En nuestro país hay una clase media que era inexistente en los años veinte y que se afianzó gracias al progreso económico del mayor periodo de paz de la historia de España y del llamado «milagro español» económico de los años 60. Junto con ello, unos años excelentes de democracia y progreso, como nunca, propiciados por el Rey Juan Carlos I -que ha vivido, pero también ha dejado vivir- y unos gobiernos que fueron leales al Estado y a la Constitución Española. España es un país de clases medias que viven en las ciudades. La España de principios del siglo XX era un país mayoritariamente rural que malvivía en el campo. Existía un fuerte contraste y una inaceptable diferencia entre los españoles burgueses de la ciudad y los campesinos de las zonas rurales. Tampoco hay que olvidar la precaria condición de vida que tenían los obreros que, aun viviendo en la ciudad, su situación económico-social era más bien penosa. Todo ello caldo de cultivo de inestabilidad social, un polvorín. Cien años después todo ha cambiado. La paz ha traído el progreso económico y la estabilidad. En ese sentido España es hoy diferente y el entorno europeo también.

Cierto es que vivimos momentos convulsos. Seguimos cerrando mal las crisis, hay muchos avances técnicos y sociales, estamos sumidos en múltiples cambios de todo tipo. Pero eso no nos retrotrae al primer tercio del siglo XX.

Quizá será cierta la frase de Mark Twain cuando dice que la historia no se repite, pero rima, queriendo decir que aun cuando los acontecimientos son diferentes nada nuevo hay bajo el sol. Pero una cosa es rimar y otra bien distinta repetir.

España vive momentos difíciles, estamos ante la razón de la sinrazón. A Pedro Sánchez le ha faltado algo parecido al esclavo que el Senado regalaba a los generales romanos victoriosos y que, aguantando la corona de laurel montado en la misma cuadriga un paso por detrás, le iba repitiendo: Memento mori. Desde que la izquierda ha tomado el mando de la educación en España se ha despreciado el latín, el griego, el derecho natural, la filosofía, la historia, etc. Piensa la mayoría de la izquierda en España que todo esto es demasiado burgués, que ellos son omniscientes, que la democracia consiste en eso, quien manda decide. En definitiva, voluntarismo y positivismo. Dicho en romano paladín, la Gran Babilonia de la ignorancia, la ceremonia de la confusión, la meretriz del idiotismo. Curiosamente la izquierda, que se atribuye el apadrinamiento de la intelectualidad, es más bien poco dada a usar la razón en sentido amplio, lo ha sustituido por la superioridad moral de la que por cierto adolece y en la que cae con demasiada frecuencia como consecuencia de una cierta autosuficiencia y mucha autocomplacencia.

Para Platón la ignorancia es una enfermedad del alma. Amos Bronson, un pedagogo estadounidense, afirma que «la enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia». Pero hay una excepción. La ignorancia sabia o ignorancia socrática, la del que sabe que no sabe nada, «sólo sé que no sé nada». Sólo así podemos progresar y aprender nuevas cosas, entre ellas intentar no hacer el ridículo del que ya sabemos que no se vuelve. Efectivamente, como diría Aristóteles, «el ignorante afirma, mientras que el sabio duda y reflexiona».

Pero cuál es la razón de tanta ignorancia y sobre todo de tanto alarde de su abundancia en algunas mentes. Se llama el efecto Dunning-Kruger. Dos investigadores que concluyeron que cuanto menos sabemos, más creemos saber. Quienes padecen ese efecto no se conforman en dar su opinión o en sugerir algo, sino que intentan por todos los medios imponer sus ideas como verdades absolutas, tomando a los demás por ignorantes.

La izquierda española parece haber adoptado el discurso del Gran Inquisidor de los Hermanos Karamazov de Dostoyevski: «Les perdonaremos sus pecados y serán como niños en nuestras manos, harán todo aquello que les digamos».

El inmediato futuro político de España pasa por un cambio. Las nuevas generaciones necesitan armarse de nuevo con instrumentos que sirvan para combatir la ignorancia. El primer trabajo de un nuevo gobierno de centroderecha por mayoría absoluta -se atisba en el horizonte- debe tener la valentía, desde el primer momento, de promover una gran reforma educativa que siente las bases del rearme intelectual de la sociedad española. Un rearme que haga duradero en el tiempo el gobierno de los prudentes y aleje a los necios del poder. Junto con las reformas económicas y fiscales que necesita España, también se necesita una gran reforma educativa. Ampliar la base de la clase media se hace no sólo con la economía, también con la educación y la cultura.

Podría preguntarse alguien si el centroderecha ganará las elecciones por mayoría absoluta, la respuesta obviamente es que sí. Pero esa victoria no puede convertirse en un espejismo de apenas cuatro años. Tiene que ser una victoria duradera en el tiempo, repetida, sólida. No puede conformarse con la victoria sólo cuando el hastío de la izquierda haga mella en los ciudadanos. Hay que trabajar para que el futuro político de España sea un auténtico halo de esperanza, de prosperidad, de verdadero progreso y bienestar en todos los aspectos. El inmediato futuro político de España tiene que empezar a construirse desde ya, para bien de todos, también de la humanidad. Todos los españoles de bien estamos llamados a colaborar en este proyecto, no nos podemos desentender de tan ardua pero ilusionante labor.

Pero para elegir bien en unos comicios hay que saber a quién se elige y para saber hace falta estudiar, pensar y reflexionar. El centroderecha debe enarbolar dos banderas. La primera, la buena gestión económica y reducción de la presión fiscal; la segunda, la educación y la cultura, aquella, en definitiva, que proporciona a los ciudadanos los instrumentos para ser más libres y más felices. Serán las dos banderas del futuro inmediato de España.

En Baleares el nuevo gobierno de Marga Prohens ya se ha puesto en marcha. El imprescindible Decreto Ley de Simplificación Administrativa, tramitado ahora como ley, es un claro ejemplo y va en la dirección adecuada. Queda justificada la necesidad y la urgencia; se adecua al principio de proporcionalidad; se ajusta al principio de seguridad jurídica, cumple con la transparencia; y, muy importante, elimina cargas cumpliendo con el principio de eficiencia.

Legislar es trabajar duro. No podemos perdernos en discusiones estériles de si castellano o catalán. Castellano, catalán, inglés, francés, latín, griego y todo lo que se pueda. Hay que ampliar horizontes, empujar a los jóvenes a ser audaces y atrevidos en el conocimiento y el estudio. Los inteligentes y audaces aman las diferencias, las entienden y las integran. Los ignorantes las desprecian porque no las entienden, la pereza intelectual lleva a rechazar todo lo diferente porque su comprensión requiere un esfuerzo. España en su grandeza no puede ser intransigente, sino integradora en toda su diversidad y su riqueza. La nación más poderosa del mundo así lo hace y desde luego los resultados están a la vista, se llama EE. UU. Un dato para los incrédulos, entre los fallecidos en las Torres Gemelas -World Trade Center- trabajaban ciudadanos provenientes de 66 países de los 5 continentes, 2.753 personas. Eso por no hablar de los nacionalizados estadounidenses originarios de otros países. Los norteamericanos sí que no tienen miedo a nada ni a nadie. Cosa bien distinta es que, como es natural, se intente regularizar la inmigración para racionalizarla y hacerla efectiva.

Pero no nos desviemos del camino. Proseguimos con el inmediato futuro político de España y la necesidad de aplicar la inteligencia, en este caso humana -no me gusta del todo la expresión inteligencia artificial-, para resolver los problemas que tenemos como nación. Para ello no debemos olvidar lo que decía el dominico francés Garrigou-Lagrange que la Iglesia es intransigente en los principios porque cree y transigente en la práctica porque ama. Juan Manuel de Prada añade que el mundo moderno es transigente en sus principios porque no cree e intransigente en la práctica porque no ama. Lo mismo podríamos decir hoy en día de la nación española. Nuestra tarea es convertir España en un oasis de razón, de cultura, de progreso, de prosperidad, de tolerancia y de amor. Los mejores principios del mundo europeo occidental al que pertenecemos son los del liberalismo económico, de la libertad política y de los principios del humanismo cristiano.

España necesita ilusión, somos un gran país, no podemos rendirnos. Desde Baleares podemos empezar a construir este nuevo proyecto ilusionante que debe traer un cambio en toda España, un cambio que redunde en beneficio de todos los ciudadanos, mejorando su nivel económico y su nivel de vida hasta llegar donde se merece su esfuerzo y su trabajo. Vamos a por ello.