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Ahora resulta que si quieres ligar, tienes que ir a por piñas. No en cualquier lugar; en un supermercado de una conocida marca a la que no daré publicidad. ¡No voy a echar más ananás en el carrito, que sobrado se desliza! Como no hemos tenido canción de verano, hemos puesto una piña en el carro de la compra.

El asunto es el siguiente: te plantas de siete a ocho en el súper, agarras la piña, la colocas boca abajo, que ya me dirán el equilibrio de la pobre fruta, y cuando veas al sujeto del deseo, también con carro y fruta, le das un toque, en plan coches de choque, como si estuvieras en una feria de pueblo. No sé qué ocurre después. Que venga alguien aquí a contarnos este Love Story. Yo sigo atónita.

Leo que las batallas cual carros de fuego les ha obligado a colocar seguratas para contener el amor en el supermercado. ¿O era terror como adelantaron Alaska y los Pegamoides? Ay, ay, que estoy viendo el plumero de esta piña Cupido. Demasiada fruta en esta temporada. Vamos a investigar un poco. Preguntas unas cuantas: ¿Por qué una piña? ¿Por qué entre las siete y las ocho de la tarde? ¿Por qué en un determinado hipermercado? ¿Por qué hay que darle un golpecito al carro en plan varita mágica de Embrujada?

Me entero que la piña la trajo a España Cristóbal Colón tras sus expediciones en Ultramar; que es una fruta «de sabor a vino, agua de rosas y azúcar combinados», como describió el botánico John Parkinson en 1640. Que fue un símbolo de lujo, poder, incluso hubo quien las alquilaba para pasearse con ella bajo el brazo –ahora las colocamos en el carro de la compra–, y que las encontramos en capiteles de templos como la catedral de San Pablo en Londres. Sin embargo, las cronología no me cuadra porque ya se esculpieron piñas en el Panteón de los Reyes en León, anterior a la etapa de Colón. Y si escudriño, seguro que me encuentro más piñas por el mundo.

Volvamos a lo relevante: esta estrategia comercial que se sirve de las emociones primarias, la conquista para culminar el deseo, servida en un clic del Kama-sutra contemporáneo: Tiktok. Atisbo entre las hojillas verdes de la piña una campaña de ánimo para consumir el antes lujoso producto, quizá porque los dueños de los invernaderos de donde proceden están con exceso de fruta tropical y ya no saben si colocárselas y bailar a lo Carmen Miranda –aquella cantante brasileña que se ungía la cabeza con cestos de frutas como si fuera un cuadro de Arcimboldo–, o qué hacer.

Claro que puestos a este nuevo modus operandi del cortejo, por qué no hacerlo con fruta kilómetro 0. Ponga un higo en la cesta de la compra, aunque van caros, la verdad; o baste una humilde pera o una sugerente manzana. Si de símbolos de lujuria andamos, aquí nos ponen más las manzanas. O habré patinado con la cronología y lo de la manzana es de viejunos, y ahora lo que de verdad mola es la piña. Creía que era la papaya... Todo se andará.