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Qué tiempos estos en los que hay quien se ofende cuando alguien recuerda lo que es evidente! Venezuela es una dictadura y, por señalar lo evidente, a la ministra Margarita Robles le han salido al camino voces serviles para reprochárselo. En algunos casos palmeros del presidente del Gobierno en sincronizada y penosa sintonía. Son los mismos que no hace tanto estaban en contra de la amnistía pero pasaron a defenderla, así que Pedro Sánchez –que también opinaba que no cabía en la Constitución– cambió de criterio porque necesitaba comprar el apoyo parlamentario de los siete diputados del prófugo Carles Puigdemont para seguir en La Moncloa.

Así escriben algunos la historia de su compromiso con la coherencia política. Coherencia, precisamente, es lo que reclama un mínimo sentido ético para denunciar el régimen dictatorial como el que preside Nicolás Maduro. Una dictadura que persigue a los opositores y se cuentan por centenares las detenciones arbitrarias y las torturas. El país vive en un estado generalizado de temor ante las actuaciones de las fuerzas policiales. .

Un país, en suma, presidido por un Gobierno que, tras falsear el resultado de las últimas elecciones, se ha negado a publicar las actas de las votaciones proclamándose vencedor de los comicios en una maniobra que ha sido rechazada por el grueso de la comunidad internacional. Llamar a las cosas por su nombre debería ser norma de obligado cumplimiento para todo dirigente político. Mentir, tratar de ocultar los hechos, es lo propio de quien, como Sánchez, se relaciona mal con la verdad. Lo patético de quienes alegan razones de ‘real politik’ para no definir al régimen de Venezuela como una dictadura –caso del ministro Albares, que aduce que no sabe si es o no una dictadura porque no es «politólogo»– es qué cuando Maduro caiga, porque éste también caerá, nos dirán que ellos siempre estuvieron en contra de la dictadura. Tanta hipocresía asquea. Claro que hoy Venezuela es una dictadura.