Ocho páginas en domingo, con el título ‘Morirse solo’. Arrancaba en portada explicando que «Anoche, la policía derribó la puerta de un apartamento. Encontraron un cadáver que llevaba meses en descomposición». Un vecino dio la voz de alerta al observar que no cambiaba el coche de acera y cosechaba multas en el parabrisas. Era un hombre que vivía solo, sin familia ni amigos, y muere solo. El drama anónimo que nos interpela.
En el Ayuntamiento explican que es un hecho frecuente, la muerte de personas que fallecen sin nadie a su lado. «Y cuando cuentas una historia así se organiza una revolución. Los Watergate son historias ocultas. O volvemos a contar estas historias que toquen la fibra y hagan pensar o nadie pagará. Esto requiere tiempo. A un periodista dale más tiempo que dinero», subraya Giner.
Esta lúcida narración me conduce, en los meandros de la memoria, a las reflexiones de Gabriel García Márquez en Menorca, en agosto de 1987. «Los periodistas que van con casette no piensan, es el aparato el que hace las preguntas y registran las respuestas sin ver cómo las dicen, que es lo importante», explicó el autor de El amor en los tiempos del cólera. De ahí que el buen periodismo son las crónicas y los relatos donde has observado la mirada y los gestos de los protagonistas, las historias humanas, los hechos vividos, que después describes en primera persona. Sucesos como el vecino que ha fallecido, hace semanas, en el apartamento contiguo.
Así como en la novela del hijo del cartero de Aracata, Florentino Ariza espera 51 años, 9 meses y 4 días a Fermina Daza, el gran Gabo sabe que el periodismo es mucho más que una vocación. Se convierte en una plaga física y emocional, en la que hay que perseverar siempre para escribir el mejor reportaje.
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