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Uno de los tesoros y goces de Mallorca consiste no en hacer balconing, o en ir a las playas a ver la llegada de las pateras, sino en ir en tren primero a Sóller y luego, por el casco urbano, a su puerto. Se trata de un legado viario único en estos tiempos de globalización siniestra, de «fraude y modernismo» que diría doña Rosa (la dueña del café de La Colmena). En 1871 don Eusebio Estada, el mismo que promovió el derribo de parte de las murallas, publicó un estudio sobre la posibilidad de construir un camino de hierro. Pronto se imprimió el reglamento para el gobierno de la Sociedad de Ferrocarril de Mallorca. La primera línea ferroviaria inaugurada en España, bajo la entonces obligada protección de María Cristina de Borbón, fue la de Mataró a Barcelona (28 de octubre de 1848). Entonces viajar en primera clase costaba unos doce reales. Precisamente en aquella España de mediados del XIX, la vía ancha «deja de ser el negocio que nunca fue» y los financieros vuelven sus ojos a posibles trazas de pequeñas líneas generadoras de mucho tráfico y conectadas con ramales principales: nace entonces la vía estrecha de la que son hijos tardíos nuestros trenes mallorquines.

En 1872 se fundó la Sociedad del Ferrocarril de Mallorca, tres años después se abre una línea que comunicará Palma con Inca. Luego se construían ramales ferroviarios a sa Pobla, Sineu, Manacor, Artè. En aquellas décadas todo era bullicio y efervescencia financiera. Se pensaba incluso en levantar una línea entre Palma y Sóller, línea que, pese a cruzar transversalmente la sierra de Tramuntana, era -escribió el ingeniero Pedro Garau- posible técnica y económicamente. Y así fue.

Los catalizadores fueron Estades, Puig y Colom. En 1905 algunos mallorquines suscribían acciones para levantar los carriles. Hacia 1910 se perforan los 2.856 m del túnel mayor, inaugurando la obra la señora de Antonio Maura. El entusiasmo del gentío parecía no tener límites. «Mientras silba la locomotora -escribió Miguel dels Sants Oliver- rueda el tren sobre la vía férrea, con estruendo metálico, mientras saludamos llenos de júbilo, entre gallardetes y arcos de verdura, es la aparición del convoy moderno».

No fue fácil llevar el tren al corazón de una sierra envuelta por una profunda cortina montañosa, a principios de siglo las comunicaciones entre la capital y Sóller estaban marcadas por otro sentido del tiempo. A Sóller se arribaba en diligencia tras tres horas y sosegada parada en Can Penasso. Quienes tenían dinero alquilaban un carretón con lo que se presentaban en Palma al cabo de unas dos horas.

Actualmente, el de Sóller, es el tren más rentable de España. Es eléctrico y sus vagones de época con balconcillo -cual provinciano Orient Express- cubren los veintisiete kilómetros de miradores que separan la bonita estación palmesana y la gentil villa sollerense en la que os recibirá, son palabras de Joan Bonet, «otra estación de aire definitivamente europeo de antes de la guerra del catorce». El tren se mimetiza en un impresionante paisaje de calizas, pinares, bancales y árboles frutales.