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Todos los años por estas fechas me invade un fuerte deseo de entrar en una papelería para comprarme una carpeta con separadores y, ya que estoy, un estuche para los bolis, lápiz, goma y maquineta. La papelería huele muy bien; podría pasarme días enteros curioseando. Últimamente, lo que más compro en una papelería son los cartuchos para la impresora. Qué decepción. De todas formas, si me ocurre este curioso fenómeno, debe de ser porque para mí el año sigue empezando en septiembre y no en enero. En septiembre todo se renueva. Colegio, cursos, actividades extraescolares. Promesas, propósitos y fascículos coleccionables. Y qué decir de las novedades editoriales, que en otoño caen sobre nosotros como una fiera hambrienta. Venga libros. Los suplementos de los periódicos dedican doble página a la enumeración de títulos y autores -si son famosos, basta con decir: «lo nuevo de…», o «X vuelve con una historia trepidante»-. Si les hiciéramos caso, pasarían varios años antes de que los hubiéramos podido acabar. Y no lo digo por mí, que soy poquísimo de novedades, sino por el conjunto de lectores desinformados. Ahora mismo, llevamos semanas encontrando recomendaciones de lectura. Teniendo en cuenta que no sólo publican escritores sino personas de cualquier oficio, la cosa se complica. Me parece que este año van a salir muchos libros que tratan la maternidad como un fenómeno inaudito, escritos por madres auténticas a las que esto de parir solo les ha pasado a ellas. Curioso, teniendo en cuenta la cantidad de madres que les anteceden. Afirman relatar su experiencia para que pueda servir a las futuras mamás. Dios mío, cuánta bondad (ah, no, que se llama sororidad). En fin, desde aquí les digo que si van a ser padres, no olviden meter en el carrito alguna de estas obras esenciales. Y ahora me voy: presiento que una carpeta me está esperando.