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Lo del momento culmen de la vida de un personaje se ha hecho un tópico. Recuerden que el coronel Aureliano Buendía, muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento se acordara de aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. En base a lo ocurrido esta semana se puede lanzar la pregunta si el presidente del Parlament, Gabriel Le Senne, frente al juez de instrucción se acordaba de aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer Sa Nostra. La cuestión viene por la semana judicial que se ha pasado la segunda autoridad autonómica. El jueves se fue a Madrid a declarar como testigo a la Audiencia Nacional en el juicio contra la antigua cúpula de Sa Nostra. No era un testigo importante a priori y menos aún por lo que contó. Su aparición decía más de Le Senne que del caso: resulta que durante una temporada ejerció de asesor jurídico de la caja, ya en la agonía de la institución bancaria.

Lo interesante es que después compareció también como testigo su padre, Gabriel Le Senne, que era miembro del consejo de administración de la entidad, lo que aclaraba la presencia del hijo como asesor. Al día siguiente le tocó ir a explicar a un juez por qué rompió en el pleno del Parlament fotografías de tres víctimas del franquismo. Y lo hizo risueño, sonriente a pesar de que se decía arrepentido por lo ocurrido. Quizá era una sonrisa impostada o de sorpresa por la expectación montada. A lo mejor un sentirse importante, pero solo Le Senne está en su cabeza. El personaje, sin embargo queda ya casi cerrado. Siempre será el presidente del Parlament que rompió fotos en medio de un pleno. Será la coletilla con la que se le explique dentro de unos lustros cuando haya que recordar quién era. Y quizá le defina más el otro momento, el de ser asesor jurídico de la empresa en la que su padre era consejero y que acabó desapareciendo.