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El impacto del anuncio del aumento del impuesto turístico lo mide la histérica reacción de la Federación Hotelera de Mallorca –impagable, por cierto, su hiperbólica impostura de desolación ante el problema social de la vivienda–, así como la más razonada de la CAEB que asegura que no se pensó nunca el tributo con el objetivo de regular la demanda. En realidad se creó en 2001 para esto en parte, pues su interés era: a) emerger las plazas subterráneas, b) recaudar para c) invertir en el cambio de modelo turístico, lo cual implicaba la regulación del flujo para asegurar el bien común y evitar la acumulación turística como instrumento del interés de unos pocos sobre el coste creciente para el conjunto, como había sido hasta el momento y –desde que el PSOE se rindió al hotelerismo en 2003– ha seguido siendo y es. Por otro lado, lo del tren Palma-Llucmajor –que subsume el tranvía que la izquierda anuncia en vano desde 2007– ha descolocado al progresismo tanto o más que el gravamen. Con un añadido de gran repercusión sentimental en el PP: la autopista que une ambas localidades fue inaugurada en julio de 2005 por Jaume Matas y es el símbolo del desarrollismo que siempre defendió el partido conservador, sobre todo en ese período que además estuvo marcado por la corrupción. Una autopista que ahora revela, mediante atascos, lo ajustadas que eran las críticas de entonces del izquierdismo y del ecologismo que auguraban que supondría más y más tráfico. A las que Prohens ahora da la razón.

Desde luego que habrá que ver cómo aprueba la presidenta todo lo que ha prometido esta semana. Dado el grado de deterioro de Vox, a saber qué pasará por ese lado y si dará o no más tránsfugas. Esto al margen, se quejaba Lluís Apesteguia de que Prohens no le ha convocado para negociar los Presupuestos. Que no se preocupe, le llamará. De hecho, si quiere, tratará a su Més de forma preferente, no en vano ve por ahí un posible camino contra el PSOE que le interesa explorar.

La incógnita más relevante será ver cómo encaja todo esto el PP tradicional –que aún existe–, porque debe estar estupefacto.