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No se apresuren a distinguir entre buenos y malos en el conflicto de Oriente Medio porque hay muchos candidatos. La guerra de nunca acabar tiene su origen en la decisión de la Asamblea general de Naciones Unidas de 1947 que creó dos estados, Palestina e Israel, y en la proclamación del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948.

Ese mismo día los árabes atacaron a Israel, pero perdieron la guerra. El Estado Palestino nunca fue proclamado y se inició la tragedia de centenares de miles de refugiados. Así empezó el conflicto que 76 años después está ardiendo.

El arabismo más radical nunca ha aceptado la existencia del Estado de Israel y éste nunca ha aceptado la existencia del Estado palestino. Si las dos partes hacen de la aniquilación de la otra su seña de identidad es imposible la solución.

La entrada en el escenario en la década de los ochenta de Irán a través de su apoyo a Hizbulá en el Líbano o en Siria expandió el problema porque Hamás e Hizbulá están considerados grupos terroristas tanto por la ONU como por la UE.    El atroz ataque terrorista de Hamás a Israel hace un año, solo podía conducir a la escalada. Israel tenía derecho a defenderse, aunque no a hacerlo de manera excesiva.

En la zona mandan ahora los halcones, los ayatolas y los terroristas, los que no reconocerán nunca el derecho a la existencia a sus enemigos. Pero Israel no puede ‘acabar’ con sus vecinos e Irán y aliados de toda ralea no pueden acabar con Israel. El plurietnicismo desintegrador y el fanatismo alimentan la violencia.

Israel debería entender que un Estado palestino moderado es la mejor garantía para su seguridad y el radicalismo arabista debería comprender que un Israel no asediado es también una garantía para la paz en la región.

El bárbaro ataque de Irán con misiles contra la población de Israel ha elevado el conflicto a la categoría de imposible. Además, en plena campaña electoral en Estados Unidos nadie se va a salir del guion. Y en la UE también hay relevos importantes en los responsables de la política exterior.

En 1994, Yasser Arafat, un terrorista en el pasado, y Yitzhak Rabin, un general victorioso en mil batallas, recibieron el premio Nobel de la Paz por los acuerdos de Oslo, un intento serio de paz. Malos y buenos mezclados. El plan se frustró por el asesinato de Yitzhak Rabin en 1995 a manos de un fanático judío.

El presidente de Egipto, Anwar el Sadat, recibió también el premio Nobel de la Paz en 1978 por haber firmado la paz con el primer ministro de Israel, Menachem Begin. Sadat fue asesinado por un grupo de fanáticos islamistas. ¿Alguien quiere la paz realmente?