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No es raro que el mundo del hombre cuente con mil problemas, hijos de la complejidad de la naturaleza y de la endeblez humana. Un ejemplo: el de la impotencia, hija de la incompetencia, de los grandes organismos supranacionales, la ONU es el caso. ¿Cómo puede ser que el organismo nacido a partir de la hecatombe de la Guerra Mundial y coetáneo de la alegría de la Carta de los Derechos Humanos consienta la existencia de estados miembros signatarios de los estatutos de las Naciones Unidas que ni respetan los derechos humanos más básicos y se saltan los requisitos democráticos más elementales? Se puede alegar que la ONU nació muerta al consentir en sus estatutos que unos poquísimos estados posean derecho a veto a cualquier determinación votada por la mayoría; entonces, ¿es un organismo democrático? La única evidencia es su precio y su inoperancia.

Otro: en algunos países, -con mandatarios pavoneándose de haber salido votados en las urnas-, el poder ejecutivo va dificultando la soberanía de los otros dos poderes del Estado, reduciendo de facto todo el poder al suyo; como si «democracia dictatorial» no contuviera contradicción en sus términos. Otro: ¿es posible asegurar una victoria electoral estando ocultando las actas? Otro: ¿es posible la libertad en un país en el que ninguna mujer puede hablar en público?

Resulta curioso constatar que los mayores problemas mundiales siempre son problemas de lógica.