Conocí a Àngel Aguiló por las redes. Aunque las critique a menudo, aportan descubrimientos fantásticos a mi vida. Me gustó su forma de hablar directa, contundente. Ese tono a veces irónico, a veces irritado, a veces burlesco. Tiene un sentido del humor que me encanta, posiblemente porque es mallorquín y, a la vez, universal. Sabe reírse de sí mismo y de los demás con el semblante serio, o apenas con un esbozo de sonrisa. Tiene la capacidad de retratar realidades duras con un humor que nos hace reír mientras nos remueve por dentro, nos abre interrogantes, nos cuestiona como individuos y como sociedad. ¿Cómo somos los mallorquines y cuál es nuestra forma de vivir, de relacionarnos con el mundo? ¿Estamos dispuestos a perder la identidad? ¿Hemos olvidado el tesoro que poseemos y vamos a venderlo al mejor postor? Àngel es un Quijote del siglo XXI, defensor de causas que no querríamos haber perdido, enamorado de una isla inundada por los turistas. No le tiembla la voz al pedirles que se vayan, o que respeten nuestras costumbres, o que dejen de invadir nuestros espacios. Sus críticas llegan a los guiris, pero también a los españoles que nos visitan sin saber nada de nosotros, y a los catalanes que creen conocernos aunque a menudo no se enteren demasiado. Él ha construido con su humor un puente entre Mallorca y Catalunya que ayuda a que nos conozcan más allá de ciertos tópicos.
Ese tipo: Àngel Aguiló
Palma14/10/24 4:00
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