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Conocí a Àngel Aguiló por las redes. Aunque las critique a menudo, aportan descubrimientos fantásticos a mi vida. Me gustó su forma de hablar directa, contundente. Ese tono a veces irónico, a veces irritado, a veces burlesco. Tiene un sentido del humor que me encanta, posiblemente porque es mallorquín y, a la vez, universal. Sabe reírse de sí mismo y de los demás con el semblante serio, o apenas con un esbozo de sonrisa. Tiene la capacidad de retratar realidades duras con un humor que nos hace reír mientras nos remueve por dentro, nos abre interrogantes, nos cuestiona como individuos y como sociedad. ¿Cómo somos los mallorquines y cuál es nuestra forma de vivir, de relacionarnos con el mundo? ¿Estamos dispuestos a perder la identidad? ¿Hemos olvidado el tesoro que poseemos y vamos a venderlo al mejor postor? Àngel es un Quijote del siglo XXI, defensor de causas que no querríamos haber perdido, enamorado de una isla inundada por los turistas. No le tiembla la voz al pedirles que se vayan, o que respeten nuestras costumbres, o que dejen de invadir nuestros espacios. Sus críticas llegan a los guiris, pero también a los españoles que nos visitan sin saber nada de nosotros, y a los catalanes que creen conocernos aunque a menudo no se enteren demasiado. Él ha construido con su humor un puente entre Mallorca y Catalunya que ayuda a que nos conozcan más allá de ciertos tópicos.

Àngel y yo tenemos una amiga en común. Una persona maravillosa que nos unió antes de conocernos. Ella me hablaba a menudo de su buen hacer, de su profesionalidad. Desde que dirige el concurso televisivo Jo en sé més que tu ha hecho un gran trabajo. Es inteligente y tiene capacidad de liderazgo. Cuando me encontré con Àngel por primera vez, sentí que era alguien cercano, en quien se puede confiar. Intuyo que no lo ha tenido fácil, pero que es un gran luchador. Le auguro muchos éxitos. Por eso, hoy, un domingo cualquiera, me ha apetecido dedicarle estas palabras.