HA pasado casi medio año desde que Prohens sorprendió a todo el mundo –y es probable que más a su partido– con aquello de que «no podemos seguir así» y tras el impacto inicial el desencanto empieza a ser palpable. Y no solamente entre los sectores izquierdistas y ecologistas, que era previsible que no convergieran con lo que pudiese acabar impulsando el Govern derechista, sino entre ámbitos ajenos al rifirrafe político y que no se encuadran en los parámetros ideológicos de la oposición parlamentaria. Es curioso que unos y otros se hermanen en la misma queja nuclear: que no se está haciendo bien porque nada tangible, práctico puede salir de lo que dirige quien es parte interesada –el PP, al fin y al cabo– y que ha tenido que reaccionar ante la creciente protesta social por el abuso turístico. Crece la idea de que todo se trata mucho más una operación de imagen que de mejorar de veras el sector económico. Y que al respecto de éste lo que sea que se concluya no irá tanto a favor del interés social como de los hoteleros, porque más allá del desencuentro puntual por el impuesto turístico no habrá un divorcio entre ellos y el PP.
ES VERDAD que son juicios de intenciones, pero, tras constatar que la izquierda ya ha renunciado a hacer una política turística diferente a la hotelerista creada por la derecha, se entiende que cueste aceptar que sea ésta ahora la que lidere en verdad un discurso alternativo a lo existente.
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