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Palma es muy compleja urbe, ciudad muy complicada y nada fácil, por cierto, de entender. Nada que sea hermoso es fácil de entender», este texto es de mi maestro Camilo José Cela -que tanto hizo por atraer lo mejor del mundo literario a Mallorca- y a quien desde su muerte, las autoridades culturales mallorquinas ningunearon: ni siquiera tiene un museo o una docena de placas en la ciudad por la que tanto hizo. Nada peor que la ingratitud: en el caso de la actual cultura, más bien incultura mallorquina, con el Nobel CJC ha sido máxima.

Palma intramuros, es una ciudad tan grande y deslavazada que no da una idea de conjunto a quien por ella anda, no puede ser apreciado de sopetón. Su casco urbano lo definió muy bien José María Jesús Cortés Verdaguer: «Mucho se podría hablar del casco antiguo de Palma, pero sería tanto como hablar del alma perpetuada en piedras y blasones». No deben buscarse en el interior de la vieja Palma grandes monumentos, y conste que los tiene: ahí está la Catedral y el impresionante lienzo murario de La Almudaina, más tales desmesuras no turban la tópica tranquilidad del palmesano, ni debieran tampoco confundir al viajero: éste, de querer saborear la urbe, tendrá que rastrear melindrosamente paredes, recodos y asomaderos. Y es que para conocer la antigua Palma en sus detalles no conviene ser demasiado amoroso, hay que mantener a distancia las rúas más tortuosas y las fachadas más cargadas, de esta forma pronto aparecerán haces de luz que anuncian hermosos patios. Si dejamos la mirada recta antes o después daremos con aldabas y señoriales cerraduras. De levantar los ojos nos maravillarán azulejos y barandillas, blasones, gárgolas y veletas; adivinaremos igualmente la silueta de las coronellas (ventanas góticas) o algún voladizo que, sin haberlo previsto, se cruzará en nuestro entretenido andar y ver.

No faltan los elegantes paseos entre umbrosas arboledas, como los del Born, la floreada Rambla, o vías comerciales como el paseo Mallorca o el de Jaime III, ni jardines como el Hort (Huerto) del Rei, o el Parc de la Mar desde cuyos extramuros se mantienen restauradas casas alineadas a raya. Quien fuera académico de la Real Española Guillermo Díaz Plaja así describió la esencia de Palma: «Por encima de los pueblos, Ciutat. La capital de la isla. Que no valoramos ahora en su gregaria dimensión cosmopolita, sino en aquella dulce contención de sus murallas antiguas, recinto contra la piratería, con su Almudaina gótico-morisca, y con su catedral que, sobre el espejo de la bahía, tiene, con el Mediterráneo a sus pies, la más bella escenografía de entre todas las catedrales góticas del mundo. Y Bellver, sobre sus pinares oscuros, que levanta su torre del homenaje sobre el patio elipsoidal que es otra lección de armonía. Equilibrio en el decir, en el pensar. En la maravilla rítmica del verso bien pautado. En Costa i Llobera, en Alcover, en Miquel Ferrà, en Guillem Colom, en María Antonia Salvà, en Rosselló-Pórcel, para no citar más que a los que se fueron». Les he descrito una Palma nada woke y sí muy carpetovetónica. Vamos perdiendo la esencia mallorquina a raudales.