TW
8

Soy de la generación de la democracia, hijo de la Transición española por lo que, en mi edad adulta, no tuve la necesidad de decidir si tenía que estar en contra, a favor, equidistante, indiferente o hipócrita con el régimen franquista. Simplemente ya no existía, y, por lo tanto, formaba parte, como objeto de estudio, de la historiografía. Lo que sí había que mantener en el recuerdo, poniéndolo en valor, eran las renuncias que todos los actores políticos de aquella época, que sí sufrieron la Guerra Civil o la dictadura, habían hecho para entregarnos un regalo como era vivir en una democracia.

Llevamos una serie de legislaturas que los partidos ubicados ideológicamente en la izquierda han tenido como finalidad reabrir heridas que la mayoría de las víctimas del franquismo -las de verdad- habían decidido cerrar para convertir a nuestro país en un estado democrático. El gran apoyo a la Constitución del 78, mediante unas elecciones, así lo refleja, aunque no fuera por unanimidad. Y esta agenda política de la izquierda, con grandes sobreactuaciones por la intencionalidad electoral, claramente no ha sido valorada ni respaldada por los ciudadanos, relegándolos a la oposición en las Illes Balears, obteniendo Vox -a quien quieren relacionar con ese régimen- un resultado histórico.

Esto lo traigo a colación por el espectáculo que se está dando en el Parlament por la derogación de la ley de memoria histórica, donde al parecer hay muchos diputados que quieren ser ’antifranquistas’ en el año 2024. Sin Franco, sin grises, …sin ningún riesgo. Vaya mérito.

Es cierto que hacer oposición no es fácil, sobre todo si crees que has gobernado durante ocho años muy bien. Y por eso le echan la culpa a la comunicación, y a los ciudadanos, que no han sabido valorar su ‘brillante’ gestión. Pero se falla en la comunicación, cuando en lugar de explicar esas políticas, por ejemplo, cómo va a afectar la derogación de la ley de memoria histórica, se prefiere hacer de hooligans, obstaculizando el normal funcionamiento de un parlamento, alegando que, algo que siempre se había dado por asumido por los diputados, que quien está en la mesa debe comportarse con neutralidad en el debate, no está expresamente detallado en el Reglamento del Parlament. Quizás era porque los miembros de este concebían que no era necesario algo tan obvio. El Reglamento tampoco indica que estos no se pueden dirigir tuteando a otro diputado. Se sobreentiende que sirve para diferenciar cuando se está representando a los ciudadanos y cuando en una tertulia de café. Es tener sentido institucional.

Quienes critican a Le Senne por la interpretación del Reglamento -es función del presidente- nos quieren hacer creer que Armengol, como presidenta, habría permitido que los miembros de la mesa del Congreso llevasen camisetas con fotos de Gregorio Ordoñez o de Miguel Ángel Blanco si se hubiera vuelto a votar la ley que permitirá salir a etarras con delitos de sangre antes de la cárcel.

Critican a Feijoó que afee al sanchismo cuando denuncia el blanqueamiento a Bildu, argumentando que ETA ya no existe, aunque se les hagan homenajes cuando salen de la cárcel; los mismos que dicen que sí se puede ser antifranquista sin Franco.