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Así era: brillante, equilibrado, persistente, con buen carácter y amplitud de sensaciones. No, no estoy hablando del amor de mi vida ni tampoco de ningún dirigente político balear, sino de las características del vino de Cariñena que me sirvieron el otro día en el restaurante de Pere Garau en el que almorcé de menú. Ahora también les puedo decir que el citado caldo era tinto, sabroso y con intensos aromas frutales. Creo que no se puede pedir más por doce euros, sobre todo si ese precio incluye un primer plato, un segundo plato, agua, gaseosa y postre, con la posible opción de unas aceitunitas o un allioli de entrante para chuparse los dedos. Valorar tan positivamente el hecho de poder disfrutar de un menú cerca de casa puede parecer quizás algo excesivo y exagerado, lo acepto. Pero debemos reconocer que así como está hoy el mundo, y como por desgracia va a seguir estando después de la victoria de Donald Trump, uno de los pocos placeres que hoy nos quedan es el de poder disfrutar de una comida más o menos casolana en nuestro restaurante favorito, ya sea en Pere Garau, Es Molinar o Santa Catalina. Miremos donde miremos, la realidad es que la crisis económica persiste, los tertulianos televisivos nos agotan, los partidos políticos nos desencantan, las aplicaciones de citas nos defraudan y las entidades bancarias se fusionan. ¿Qué nos queda entonces? ¿En qué o en quién podemos seguir confiando? Si me apuran un poco, ya casi solo en nuestra familia, en unas pocas amistades, en un buen menú y en poco más. Ya lo dice el refrán: barriga llena, corazón contento.