Con profunda tristeza empiezo esta columna quincenal, un espacio donde exploro temas que intento abordar desde una óptica honesta, sin pretender tener una verdad absoluta, pero sí ofreciendo una visión que se acerca a mi modo de entender las cosas. Cada vez que me siento a escribir, busco datos, testimonios, opiniones en redes y artículos que aporten contexto a un tema. Hoy, esa búsqueda me deja perplejo y con el alma dolida, pues los hechos me obligan a poner en primer plano la tragedia que asola a varios municipios de la Comunidad Valenciana y de Castilla-La Mancha, afectados por las recientes inundaciones.
Quiero, ante todo, extender mis condolencias a las familias y seres queridos de los desaparecidos y de aquellos que perdieron la vida en los municipios valencianos de Alaquàs, Albal, Aldaia, Alfafar, Algemesí, Benetússer, Catarroja, Llocnou de la Corona, Massanassa, Paiporta, Picanya, Sedaví, Utiel, y el barrio de La Torre en la ciudad de Valencia, así como en las localidades de Letur (Albacete) y Mira (Cuenca). En momentos como estos, cuando la naturaleza despliega su fuerza con una brutalidad impredecible, se nos recuerda que el único objetivo verdaderamente urgente es salvar vidas, encontrar a los desaparecidos, y dar sepultura digna a los fallecidos.
En estas situaciones, las palabras suenan casi huecas de tanto repetirse, y nos enfrentamos a la realidad de una pérdida que no solo es material, sino también humana y emocional. Y aun así, no podemos permitirnos olvidar, o dejarnos hipnotizar por el ruido mediático que distrae. En este caso, no podemos ignorar que esta devastación no es una anomalía, sino un eco de advertencias que ya habíamos recibido, y que seguimos pasando por alto.
Mientras los titulares se enfocan en las elecciones en Estados Unidos, que han dado al país a su cuadragésimo séptimo presidente, temo que este suceso pueda eclipsar la tragedia que aún vivimos aquí. El dolor de las víctimas y el esfuerzo de los voluntarios y servicios de emergencia no deberían quedar en el olvido o en las páginas de noticias que pronto serán reemplazadas por otros temas de coyuntura. La reconstrucción será lenta, y las heridas que quedan en la población tardarán mucho en cicatrizar. Aun así, es un consuelo ver cómo desde todos los rincones del mundo, incluso desde los Estados Unidos, nos llegan muestras de apoyo y solidaridad en memoria de las víctimas del temporal DANA.
Termino esta columna con la esperanza de que, aunque las luces mediáticas se apaguen y las portadas cambien, podamos recordar que esta tragedia es un llamado de atención que no debemos ignorar. Las catástrofes naturales no conocen fronteras ni tiempos de elecciones. La editorial de The New York Times cerrando la cobertura de las elecciones decía «Benjamin Franklin advirtió al pueblo estadounidense que la nación era ‘una república, si se puede conservar’. La elección de Trump plantea una grave amenaza a esa república, pero no determinará el destino a largo plazo de la democracia estadounidense. Ese resultado está en manos del pueblo estadounidense. Es tarea de los próximos cuatro años».
En el caso de nuestro Mediterráneo, la conservación de nuestro entorno también depende de nosotros. Es tarea de todos.
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