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En Hispanoamérica a la exuberancia del paisaje y al bullicio se une el cromatismo del lenguaje: letreros, avisos, cartelones, inscripciones, rótulos, eufemismos. Ello se puede constatar viajando a la pata la llana por la América jocunda, la cotidiana y a veces divertida: esa pintoresca y morrocotuda América en la que también hay que lavarse -que diría Camilo José Cela- con el orballo del cielo y secarse los cueros con el aire de curar jamones.

Vamos a detenernos en el presente artículo en Colombia, el país hispánico en el que mejor español se habla y escribe, y que también tiene sus lazos culturales con Mallorca. En la Biblioteca Nacional (Bogotá) se guarda, pongamos por caso, un ejemplar del cronista mallorquín Dameto, Historia general del reino Baleárico (1631) y en la también capitalina Biblioteca Luis Ángel Arango hace unos años encontramos y fotocopiamos un mecanuscrito de un tal Arrubla sobre Joan Alcover y sobre nuestro gran poeta Costa i Llobera que remitimos al añorado don Bernat Cifre, latinista y el estudioso que mejor conocía el mundo clásico que envolvió al autor y propietario de El Pi de Formentor. En Mallorca nació el franciscano Juan de Santa Gertrudis (1724-1799), gran viajero y uno de los primeros estudiosos de la arqueología colombiana, hay un manuscrito suyo muy valioso en Can Sales...

En Colombia si una cajera les dice, educadamente, me regala mil pesos, no se trata de obsequiar nada, sino de cobrar mil pesos (en Guatemala, los recados son platillos de comida indígena). En Medellín, los limpiabotas o lustrabotas prestan los siguientes servicios: ‘Lustrada sencilla / Encharolada / Desmanchada / Griffin blanco’. Otras expresiones: carro de bomberos, servicios bomberiles, cosméticos para carro. Algunas campañas publicitarias andan sobradas de originalidad: ‘Usted tiene derecho a tener derecho / Ojo por ojo y el mundo terminará ciego’. Las tiendas de comestibles se convierten en variopintos abarrotes donde despachan víveres, rancho, licores, pero también suelen amontonar ropa y cacharrería. En muchos pueblos los abarrotes se intitulan legumbrería, revuelterías o graneros. Las ventas, o restaurantes de carretera, son estaderos donde junto al tinto (café) o la comida corrida se apilan todo tipo de bollos, pastas precintadas y productos artesanos. En las loncherías venden botes o aguardiente y también bocadillos. Busquen tornillos en las tornillerías uruguayas, pero no en las droguerías colombianas donde despachan drogas; o sea, son farmacias. De modo que no se asusten si ven anuncios como este: ‘Droguería del Pueblo / La amiga de su salud / Droga humana / Cosméticos / Inyectología / Arauquita’. En las droguerías también se adquieren fungicidas y matamalezas. Por si fuera poco, durante el periplo por lo que fuera Nueva Granada, entrarán en galleterías, disquerías (tiendas de discos); comerán en paradores (casas de comidas), que no paraderos (donde se detienen las combis) o en piqueteaderos, salsamentarias y desayunaderos. Hubo un mundo aquí y acullá con un vocabulario muy rico y divertido: la basura agendada de lo woke está arrasando con todo.