TW
0

En todos los años de mi infancia nunca conseguí enterarme del nombre de aquel juego que hacíamos con un papel cuadrado, que íbamos doblando, y que al final abríamos y cerrábamos con los índices y los pulgares. Me figuro que todos los niños de los 70 sabrán a qué me refiero. Se trata de un comecocos. La cuestión es que hace una semana me encontré con las amigas de la infancia en una cena a la que debíamos acudir con una manualidad casera, hecha por nosotras mismas. Y después de comer, como si jugáramos al amigo invisible, empezamos a sacar aquellos regalos de una bolsa y a intentar adivinar quién era la autora de cada uno. Una de las cosas que más me gustan de encontrarme con todas ellas es la capacidad de pasárnoslo tan bien, más de cuarenta años después. Nos ponemos a charlar igual que lo haríamos si nos viéramos muy a menudo. Cada clase tiene sus propias anécdotas. Las nuestras nos trasladan instantáneamente al colegio, al babero, a los recreos y a las señoritas. Lo que yo quería contar es que las manualidades que salieron de aquella bolsa mágica fueron muy bonitas. La mayoría, objetos navideños para colgar en el árbol, como el que me tocó a mí: una bola que, por supuesto, ya está esperando para lucir en mi pequeño abeto cuando lo saque del trastero. A mí se me ocurrió hacer la manualidad de la que he hablado al principio, un ‘comecocos’. Pinté cada uno de los triángulos que se forman de un color diferente y escribí en la parte que queda oculta los mismos adjetivos que poníamos de pequeñas (guapa, fea, lista, tonta, buena, mala…). Supongo que hoy en día este juego ya no se jugaría igual, puesto que todo debe ser políticamente correcto (es decir, guapa, lista y buena). Lo que es lo mismo que reconocer que vivimos en una gran mentira que todos nos encargamos de alimentar para seguir tirando.