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Cuentan que Pere Riutort nunca perdió el buen humor. Ni siquiera el día que lo fusilaron. Mientras caminaba hacia el paredón, se quitó la americana de capitán de la marina mercante, la dobló y se la entregó a un soldado: «No quiero que manchéis esta chaqueta tan bonita». Un gentío rodeaba el cementerio de Palma. Los curiosos habían vuelto a madrugar para contemplar el espectáculo de la muerte. El pelotón se preparó para disparar mientras el condenado, sin perder la serenidad, se atrevió a decir sus últimas palabras: «¡Viva la República!». Fue el primer ejecutado de un grupo apresado en alta mar solo diez días antes.

Pere Riutort Julià era de Esporles, estaba casado y tenía 30 años. Como explica Llorenç Capellà, era militante de Esquerra Republicana Balear y trabajaba de capitán de barco de transporte, lo que le salvó de caer en zona sublevada. Durante los primeros meses de la guerra se dedicó al trasiego de armas y personas entre la Cataluña y Menorca republicanas. También participó en el desembarco de más de 4.000 milicianos antifascistas en la Batalla de Mallorca. El 11 de noviembre de 1936 gobernaba el vapor Ciudadela rumbo a Barcelona cuando la flota franquista lo capturó y le obligó a atracar en Sóller. Aquello fue el principio del fin.

Franco recibió la siguiente nota: «Crucero Canarias capturó vapor Ciudadela, que condujo a Sóller. Viajaban en el mismo ocho alféreces de Infantería que iban a incorporarse a las fuerzas de Albacete y transportaba víveres a Barcelona».

Entre pasaje y tripulación, quedaron detenidos 36 hombres y 6 mujeres. Según el historiador Juan Negreira, ninguno tenía delitos de sangre. Sin embargo, había nueve militares que habían sido claves en el fracaso de la sublevación en Menorca, así que les acusaron de desobediencia. Era un momento de excitación de la violencia en toda España. Llegaban rumores de masacres en la otra zona. Justo esa semana, el 18 y 19 de noviembre, los republicanos asesinaron en Maó a 75 presos en la llamada matanza del vapor Atlante.

Los sublevados de Mallorca lo pagaron con los prisioneros del vapor Ciudadela. Tras un fugaz juicio sumarísimo, solo dos días después, el 21 de noviembre, fusilaron a 11 de ellos contra la tapia del cementerio de Palma. Además de Pere Riutort, asesinaron a todos los militares y al anarquista pollencí Martí Vicens Vilanova, que estaba en Menorca tras haber huido en barca desde Mallorca. Un año y medio después, fusilarían a dos más: al marinero felanitxer Miquel Febrer Vadell y al catalán Jaume Farré Vidal, maestro de escuela en Ferreries. Su último deseo fue que su escuela llevara su nombre. Según Nel Martí, le relacionaron con el asesinato del estudiante Luis Salort de Olives.

La mayoría de ellos estaban casados y tenían hijos, algunos de los cuales recibieron una pensión de orfandad durante la dictadura. Los alféreces se llamaban Julián Andrés Hernández, Rafel Aviñó Mañez, Joaquín Deza Bello, Gabriel Obrador Obrador, Crescencio Eugenio Carmona, Juan Riera Febrer, Antonio Juan Angulo y Juan Pons Gomila. Les acompañaba el brigada Jesús Gabaldón Paños. Todos sus nombres están desde 2011 grabados en hierro en el Mur de la Memòria del cementerio de Palma.