Nos creemos mentiras, convivimos permanentemente con el engaño. Por ejemplo, una de las falsedades más grandes y prolongadas en el tiempo es la de Marco Polo. Los chinos aseguran que su libro de viajes es una fabulación de principio a fin. Argumentan que el mercader italiano nunca estuvo en China porque no menciona la Gran Muralla, y eso que debió verla y atravesarla por algún lado. Tampoco dice nada de los miles de talleres que elaboraban porcelana. Pero lo peor es que Polo se atribuye la condición de consejero de Klubai Kan, cuando un emperador chino jamás se habría rebajado a recibir en audiencia a un mercader, y mucho menos a confiar en él. Así le desacreditan los chinos, y yo me los creo. Total, qué más da, si estuvo allí o no. Pero hay otras mentiras igual de grandes que hacen daño a la verdad, intoxican a los suspicaces y manipulan a los inocentes. Y de esa maldad con tintes sensacionalistas hay quien ha hecho su trabajo. Me refiero a las personas que difunden la ocultación de millares de muertos en Valencia y que atribuyen la inundación a Marruecos porque quiere destruir España, y si no a Bill Gates, que está acelerando el cambio climático. No existen leyes que alcancen a poner coto a las mentiras que se esparcen por las redes sociales, y no te sorprendes cuando encuentras a tipos que conoces que te hablan de conspiraciones. Se configura a nuestro alrededor una sociedad descreída que está al acecho de verdades indemostrables. Hay sed de mentiras tan grandes y fantásticas como las de Marco Polo, pero las del egocéntrico y novelesco italiano no hacían daño, y esas otras, sí.
Grandes mentiras
Palma23/11/24 4:00
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