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Un reciente artículo del perspicaz periodista Miquel Serra, nos ha alertado de que esto del cambio climático es uno más de los mitos de nuestro tiempo. Daño hace la tecnología, puesta al servicio de los intereses del dinero antes que del bienestar social, pero siempre ha hecho frío y calor y siempre se han desbordado los barrancos. Como ha señalado Miquel, el desbordamiento de la Riera que atravesaba Palma, conllevó una verdadera tragedia en 1403, repitiéndose en los siglos posteriores, a pesar del desvío que se hizo para alejarla del recinto urbano.

Lo de 1403 fue espantoso. El notario Mateu Salcet, cronista de los acontecimientos, quiso darnos puntual testimonio de los hechos, diciéndonos: «Terrible aguacero que duró dos días y dos noches consecutivas, ocasionando en la última de éstas el desbordamiento de la Riera, la que arrastró en su corriente multitud de árboles y ramas, que derribaron la muralla de la ciudad, las tapias de las huertas inmediatas a la Puerta Plegadissa, y el puente unido a esta; y dentro de la población, produjo los hundimientos de gran número de edificios, causando la muerte de cinco mil personas, y perjuicios inmensos a los mercaderes del país y forasteros. Encontráronse cadáveres de personas ahogadas en el Coll d’en Rabassa, y en las Illetas de Portopí, así como arcas, maderos, cera y otros efectos. Hubo necesidad de apuntalar 500 casas, entre ellas la iglesia de Sant Feliu frente a la lonja de los placentinos».

No vamos a discutir la veracidad de lo descrito. María Barceló, en un trabajo muy bien documentado, nos aporta testimonios parecidos, bien de los Jurados del reino, cuando se dirigen en ayuda a los consellers de Barcelona, «per la cara amistat e fraternitat» que se tienen, recordando que tal tragedia «jamés, deça lo diluvi del temps de Nohe en alguna part del mon se sia seguida», bien de comerciantes que lo han perdido todo, como es el caso del florentino Nicolo Monzuoli, representante en Mallorca de la compañía mercantil de los Datini de Prato. Muchas edificaciones se derrumbaron por falta de cimientos. Cinco mil muertes son muchas. Carecemos de datos estadísticos, pero Palma alcanzaba por entonces unos veinte mil habitantes, que, como nos recuerda Carlos García Delgado, disponían de 19 hornos para alimentarles. En otras palabras, no era un pueblito, y en la zona inundada vivía una numerosa población de mercaderes y marineros, así como de peraires i tintorers, unos asentados en el barrio de la marina, otros en el de Sant Nicolau. Todo nos hace pensar que la ciudad con la tragedia casi perdió la tercera parte de sus habitantes.

Estuvo a punto de desplazarse el monarca, Martín el Humano, pero su deteriorada salud se lo impidió. Llegaron ayudas de los pueblos, con el trabajo de centenares de picapedrers, pero poco se habla de la generosidad de los ricos con los pobres.

Precisamente este volcarse en apoyo de quienes nos necesitan, que hemos constatado en Valencia, pienso que tiene mucho de esperanzadora novedad, si lo comparamos con la indiferencia de tiempos pasados. Que los políticos pasen del tema es habitual, pero este comprometerse de la ciudadanía ha sido algo inaudito. Dicen que el homo sapiens se acaba, que la tecnología nos convertirá en robots, pero sonrío pensando que también en esto se equivocan los agoreros de hoy.